(Foto: Presidencia)
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Diana Seminario

Buscarle pleito al Congreso, amenazar con cerrarlo y pintarse como un presidente víctima de unos malvados parlamentarios que no quieren una reforma política que acabará con los problemas del país le ha dado los resultados que buscaba a : su alicaída popularidad subió ocho puntos y .

La encuesta publicada ayer por este Diario muestra que a Vizcarra le funcionó pechar. El que pega primero gana, dicen los expertos mechadores, y esto aparentemente le funciona al jefe del Estado, pero ¿hasta cuándo?

Echo de menos en el sondeo de ayer las causas de la aprobación y desaprobación que solían incluirse en las encuestas. Las respuestas son reveladoras porque son otro de modo de medir el humor de la opinión pública.

Resulta preocupante que quienes nos gobiernan hayan elegido el facilismo del enfrentamiento para ocultar su absoluta ineficiencia e inoperancia en otros campos. Y lo peor es que pretenden convencernos de que la reforma política cura todos nuestros males.

Si bien las cifras de las encuestas son alentadoras para el presidente de la República, los números que nos trae la economía parecen no preocuparle. Es mejor leer el último sondeo de opinión que los reportes del BCR o del INEI.

¿Alguna vez escucharemos al presidente de la República darnos un mensaje tranquilizador sobre el frenazo de la economía? Según el INEI, la producción de abril tuvo un crecimiento de 0,02%, la más baja de los últimos diez años. Esto significa que no hemos crecido nada y seguiremos sin hacerlo si nadie toma cartas en el asunto. Por cierto, el detalle de los “últimos diez años” ubica el desempeño de Vizcarra en el ámbito económico peor al de Alan García y Ollanta Humala. Pero parece que eso a nadie le importa.

¿Alguien recuerda el nombre del ministro de Economía? ¿Le conocen la voz? Un gobierno serio hace rato hubiera tomado medidas para esta preocupante contracción económica.

Pero parece que la receta del Ejecutivo está muy lejos de las mediciones del PBI y el crecimiento del desempleo. La fórmula es más simple: (1) confrontar al Congreso y (2) insistir con la reforma política. Mezclar e insistir. Si no se obtienen resultados con el 2, insistir con el 1, y así sucesivamente.

La receta se agota y llega un momento en que los índices de la macroeconomía alcanzan los bolsillos del ciudadano de a pie, a quien no le importa mucho si tendrá que ir a votar en las elecciones primarias de los partido políticos (como lo plantea la todopoderosa reforma constitucional), si una lista al Parlamento tiene que ser paritaria o si la inmunidad parlamentaria sigue vigente.

Los peruanos que hacen interminables colas en la estación del Metropolitano, los que tienen que madrugar para ir a trabajar o a estudiar no se detienen en la confrontación entre dos poderes del Estado o en la ampliación de la legislatura. Lo que estas personas más anhelan es no perder su trabajo y llegar a fin de mes; y si las cifras de la economía no mejoran, estos peruanos empezarán a perder no solo la confianza, sino que empezarán a mostrar su hartazgo.

No juguemos con la expectativa de los ciudadanos. La paciencia se agota.