(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)
Maria Alejandra Campos

Hay que reconocerle a la jugada política que ha hecho esta semana. El domingo habló fuerte en un mensaje a la nación que parecía poner al contra las cuerdas. “O me aprueban los cuatro proyectos de ley sobre reforma política y judicial o suman su segundo strike y tengo la potestad de disolver el Parlamento”, se le entendió al mandatario.

Le añadía verticalidad al anuncio que este colisionara con el reglamento del Congreso, modificado luego de la cuestión de confianza al Gabinete Zavala, que actualmente no permite, según su artículo 86, presentar esta iniciativa para “promover, interrumpir o impedir la aprobación de una norma”. El texto ha sido calificado como inconstitucional por diversos analistas y actualmente se espera que el Tribunal Constitucional tome una decisión respecto a su validez.

De inmediato, la oposición salió con la pierna en alto para defender el arco. Llamaron “mamarrachentos” los proyectos del Ejecutivo, adujeron una supuesta intención de tapar la investigación Lava Jato e incluso acusaron al pedido de cuestión de confianza de tener tintes autoritarios. Y, en paralelo, aceleraron el ritmo de trabajo. Aprobaron el dictamen sobre el CNM y se convocó al pleno para votarlo, empezaron a votar el de bicameralidad en la Comisión de Constitución, y mejoraron su cronograma para terminar de discutir todos los proyectos el 4 de octubre y así darle tiempo al presidente para convocar al referéndum.

Pero cuando toda la defensa ya se había tirado para un lado, Vizcarra amagó para el otro y salió jugando. En el decreto supremo publicado al día siguiente del anuncio en el diario “El Peruano”, se especificaba que la cuestión de confianza era “respecto de los ejes 1 y 2 de la Política General de Gobierno […] sobre la integridad y lucha contra la corrupción, y fortalecimiento institucional para la gobernabilidad”.

O sea que no, hoy no se debate en el pleno la aprobación de los proyectos del Ejecutivo. Lo que se va a discutir es el respaldo a los lineamientos del Gobierno sobre los temas mencionados en el decreto supremo. Si el Congreso le reitera la confianza al Gabinete Villanueva, sigue el debate sobre las reformas, pero con mayor celeridad.

Es probable que la opinión pública –que no suele estar atenta al detalle de la desgastada política nacional– se quede con la imagen de Vizcarra enfrentándose frontalmente al Congreso, lo cual debería sumarle algunos puntos de popularidad para el próximo mes.

Así, Vizcarra no solo consiguió que el Parlamento acelere el debate, sin poner en riesgo real la estabilidad del país –lo más probable es que todas las bancadas le concedan el pedido de confianza, porque quién puede estar en contra de la “integridad y la lucha contra la corrupción”–, sino que apuntaló la relación positiva que ha tenido con la ciudadanía desde su mensaje de 28 de julio. Bien jugado.

P.D. El único problema es que los proyectos del Ejecutivo tienen varias oportunidades de mejora y puede que el nuevo ritmo de juego impida que se corrijan los errores.