"Siento al presidente Martín Vizcarra demasiado metido en el barrio de broncas político-judiciales o judicial-políticas en el que se ha convertido el Perú". (Foto: Presidencia Perú)
"Siento al presidente Martín Vizcarra demasiado metido en el barrio de broncas político-judiciales o judicial-políticas en el que se ha convertido el Perú". (Foto: Presidencia Perú)
Juan Paredes Castro

Pongo el título de esta columna en interrogación porque veo y siento al presidente demasiado metido en el barrio de broncas político-judiciales o judicial-políticas en el que se ha convertido el Perú.

Esto lo aleja de su papel de presidente de todos los peruanos (de derecha, centro e izquierda) y de jefe del Estado preocupado precisamente de que el Estado funcione.

Fue como presidente y jefe del Estado que tuvo la feliz iniciativa de comprometer al Congreso en la aprobación de reformas constitucionales importantes para el mejoramiento de los sistemas judicial, parlamentario y electoral. Los últimos escándalos de corrupción (Lava Jato y ‘lava juez’) no eran poca cosa. Vizcarra supo responder a esta urgencia como nadie.

Sin embargo, a las puertas de un referéndum llamado a confirmar tales reformas, el presidente no parece distinguir en algunas de estas dónde termina el peso propio del Ejecutivo y dónde comienza el peso igualmente propio del Legislativo. Las reformas constitucionales provienen de consensos. No tienen que entrar por una ventanilla y salir por otra en un Congreso que hace de vista de aduana para que el Gobierno las etiquete a fardo cerrado. Se trata de cambios en la Carta Política que se prolongarán en el tiempo mucho más que la coyuntura que los promovió. Quizás por eso no tengamos a futuro bicameralidad, porque más popular que esta –tan útil y necesaria– es la no reelección parlamentaria. Un traje a la medida de quien prefiere los aplausos de hoy al reconocimiento de mañana.

Cuando Vizcarra propició estos cambios todos lo vimos elevarse por encima de las pequeñeces y trapacerías de la política y la justicia. De pronto, quizás mareado por la popularidad en alza y, lo que es peor, muy mal aconsejado, descendió a confrontar con estos y aquellos, al más puro estilo de Humala contra García y Kuczynski contra Keiko. La tentación rentable de sembrar vientos seguida de la decepción de cosechar tempestades. Humala y Kuczynski pudieron dedicarse más a gobernar que a pisar los talones de sus adversarios. Pudieron hacer más Estado en lugar de exponerlo y deteriorarlo. Perdieron tiempo en condenar a sus supuestos “corruptos”. Estos no perdieron un minuto en hacer lo mismo con ellos. Rencor político con rencor político se paga, mientras el país se hunde en sus aspiraciones postergadas.

Vivimos en un Estado de derecho que, por débil e incompleto que sea, nos ha costado mucho construir entre dictaduras y autocracias. No lo afectemos más a nombre de rivalidades y confrontaciones banales. Es más: a nombre de intereses que ni siquiera se sustentan en el voto popular, sino en el viejo arte de sacar manteca del poder.

Gobierno, Legislativo y Judicial, cada cual con su deber en el marco jurídico que le corresponde. Y sobre esta división de poderes nada mejor que un presidente que se debe a todos los peruanos y un jefe del Estado alrededor del cual podamos unirnos en lugar de dividirnos como ahora. Nada peor, eso sí, que un mandato despótico disfrazado de democrático.