El presidente Vizcarra terminó imponiendo un referéndum del que no hemos sacado nada que valga la pena.(Foto: Presidencia)
El presidente Vizcarra terminó imponiendo un referéndum del que no hemos sacado nada que valga la pena.(Foto: Presidencia)
Juan Paredes Castro

Los presidentes recién instalados en el poder sienten por lo general la inercia de la campaña electoral y viven sus primeros días de gobernantes extrañando el olor a multitud y aún saboreando el mayoritario voto ciudadano que los llevó a la victoria.

Martín Vizcarra acompañó en el 2016 la fórmula presidencial de Pedro Pablo Kuczynski como primer vicepresidente. A la renuncia de Kuczynski, el 2017, tuvo que acceder al poder, sin olor a multitud ni votación triunfal que extrañar. Solo debía hacerse cargo del duro suelo gubernamental, en un país en el que la presidencia es más ficticia que real y en el que la expectativa del fracaso supera a la del éxito.

Martín Vizcarra tuvo la suerte de que se le cruzara en el camino la oportunidad de inaugurar dos grandes cruzadas: la de la anticorrupción y la de las reformas políticas. Quienes lo aconsejaron en ese momento asumirlas por todo lo alto, al calor del escándalo de la corrupción judicial y de cara a una sociedad indignada, acertaron al 100%.

En efecto, Vizcarra las asumió, jugándose como nadie el pellejo y el cargo. Pero quienes después le aconsejaron (no sé si fueron los mismos) manejar ambas cruzadas por la vía de la confrontación con el fujimorismo, sin el menor margen de acuerdos y consensos, fallaron garrafalmente. El mandatario terminó imponiendo un referéndum del que no hemos sacado nada que valga la pena. 

Hace poco volvió a la carga con una eufórica cuestión de confianza que obliga al Congreso (bajo la amenaza de ser disuelto) a acoger los proyectos de reforma constitucional pero no a aprobarlos en los términos y plazos autoritarios planteados inicialmente por el primer ministro, Salvador del Solar. Una reforma constitucional es potestad del Congreso y no del Ejecutivo. No hay constitucionalistas que no puedan estar de acuerdo en esto.

Dieciocho años atrás, el 2000, el presidente provisional Valentín Paniagua enfrentó un desafío mayor. Había caído el régimen autocrático y corrupto de Alberto Fujimori. El sistema institucional mostraba su peor faceta. Solo el consenso a pulso hizo que de un Congreso dominado por el autoritarismo de turno surgiera una alternativa presidencial centrada como la de Paniagua y que este, también bajo los resortes del consenso, consiguiera no solo reencauzar la dinámica política y económica, sino valerse irónicamente de la Constitución heredada del fujimorismo para crear condiciones anticorrupción efectivas, que permitieron poner en la cárcel a ex primeros ministros, a ex comandantes generales de las Fuerzas Armadas, a ex altos magistrados fiscales y judiciales y al tenebroso ex asesor de Inteligencia Vladimiro Montesinos.

Paniagua mantuvo autoridad sin perder ecuanimidad. Respetó la ley y la Constitución sin perder firmeza y severidad. No necesitó de balconazos ni de amenazas. Menos de las encuestas.

No buscamos que Vizcarra imite a Paniagua. Simplemente que convoque a asesores con mejor sentido común y de consenso.