“El presidente necesita cambiar de actitud: se ha convertido en el problema, cuando debería ser él quien encuentre las soluciones”. (Foto: Presidencia Perú)
“El presidente necesita cambiar de actitud: se ha convertido en el problema, cuando debería ser él quien encuentre las soluciones”. (Foto: Presidencia Perú)
Cecilia Valenzuela

El fin de semana el presidente declaró en medio de una feria culinaria que la pachamanca es de origen árabe, y el cebiche, de origen japonés.

Una semana antes, durante una entrevista con Andrés Oppenheimer en CNN, comentó que el embajador de Maduro en Lima, recientemente expulsado del país, era un general muy simpático.

Y a fines del año pasado, cuando se confirmó a través del Departamento de Justicia de los EE.UU. que la constructora Odebrecht había pagado coimas millonarias en todos los países latinoamericanos donde había operado, incluido el Perú, el presidente espetó: “Hay que ser un poquito más razonable. Estoy totalmente en contra de la corrupción, pero no todo lo que ha hecho Odebrecht en el Perú es corrupto”.

¿Por qué se revela el presidente Kuczynski de forma contraria y, en algunos casos, adversa a los sentimientos de la mayoría de peruanos?

La opinión pública peruana vive, en su mayoría, orgullosa de su tradición gastronómica, y reconoce en su evolución parte de su identidad. Negar el carácter nativo de la pachamanca no solo es ofensivo, también riñe con la historia. En la Colonia, cuando se “extirpaban las idolatrías”, se declaró la huatia ilegal, se la prohibió porque estaba relacionada con el homenaje que hacían los antiguos peruanos a sus deidades. Fue recién en la República que cocinar bajo la tierra volvió a ser aceptado.

La decisión de expulsar al embajador de Venezuela fue apoyada también por la mayoría, y no solo fue un gesto democrático y firme desde nuestra cancillería, también le otorgó al Perú una posición de liderazgo importante en la región.

La corrupción que propagó Odebrecht, que indujo a tantas empresas peruanas que participaban en el sector construcción a la debacle, ha crispado a la gran mayoría y le está costando al país puestos de trabajo y avance en la inversión y el desarrollo.

El presidente Kuczynski es un demócrata capaz y de múltiples talentos, ¿por qué no puede entender a los peruanos, sintonizar con ellos, empatar con lo que les emociona, les afecta o les enfada?

O la frustración que enfrenta el presidente no le permite procesar el enojo que le causa la situación adversa en la que le ha tocado gobernar, y su inconsciente lo hace dar la contra como un adolescente irritado, o está escuchando a las personas equivocadas, a las que le dicen que no se detenga en los detalles, que no importa la política, que no hay que negociar; es decir, que no mire la realidad.

En ambos casos, al presidente le convendría hacer un alto y leer el cuento de Hans Christian Andersen “El rey está desnudo”, que entre los niños peruanos derivó en el título “El rey está calato”, y trata, en resumen, de un mandatario que asistió a una festividad ataviado de un traje inexistente que, según le habían hecho creer un par de charlatanes que lo estafaron, solo veían los ojos de quienes eran hijos verdaderos de los padres que conocían.

La estabilidad del país impone una reflexión. El presidente necesita cambiar de actitud: se ha convertido en el problema, cuando debería ser él quien encuentre las soluciones.

PPK necesita leer las críticas y hacer un esfuerzo por entender el fondo de los reclamos. Quien lo apoye en su voluntad de relacionarse únicamente con el círculo estrecho con el que ahora gobierna, lo estafa.

Sus metidas de pata alimentan los índices de desaprobación, quizá porque la ciudadanía está más susceptible y atenta que antes, quizá porque su estilo de dejar pasar no se sostiene en tiempos de redes sociales y prensa ansiosa porque compite con las redes sociales. No importa, esa es su realidad. PPK necesita cambiar, necesita darse cuenta de que está calato.

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