De ahí que veamos a Vizcarra encerrado en siete apretados dilemas a causa de pensar, con filo autocrático, que basta con recoger a raudales la indignación popular. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/ El Comercio)
De ahí que veamos a Vizcarra encerrado en siete apretados dilemas a causa de pensar, con filo autocrático, que basta con recoger a raudales la indignación popular. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/ El Comercio)
Juan Paredes Castro

El presidente enfrenta por lo menos siete dilemas en su audaz desafío al Congreso, para sacar, en medio de la actual tirantez política, reformas constitucionales que los “audios de la corrupción” han colocado en el centro de la agenda nacional.

Diríase que el desafío reformista de Vizcarra es triplemente audaz: 1) porque exige cambios en los capítulos político y judicial de la Carta Política que la mayoría fujimorista no solo perdió la oportunidad de hacerlos, sino que ahora le resulta embarazoso lidiar con ellos; 2) porque lo menos que quisiera hacer la bancada de Fuerza Popular es propiciar modificaciones en el texto de un documento cuya paternidad reclama el fujimorismo; y 3) porque las propuestas del Ejecutivo al Congreso requieren diálogo, debate y consenso, que son como el otro lado de la luna para nuestros poco civilizados representantes de los máximos poderes públicos, incluido el presidencial, más afanado en confrontar que en conciliar.

De ahí que veamos a Vizcarra encerrado en siete apretados dilemas a causa de pensar, con filo autocrático, que basta con recoger a raudales la indignación popular (legítima pero no mandatoria) para sentir que se puede ejercer el poder de arriba hacia abajo, con riesgo a afectar condiciones institucionales básicas e indispensables.

El presidente tiene que esforzarse por salvar democráticamente los dilemas que hoy en día entrampan sus iniciativas en lugar de viabilizarlas:

1. Tender puentes con el fujimorismo para impulsar las reformas sería ideal pero no es popular. Pelearse con el fujimorismo resulta popular, pero a costa de las reformas. ¿Qué elegir?

2. La autoridad democrática ejercida sobre los demás poderes incrementa la confianza en las instituciones. La autoridad no democrática despierta muchas veces lo que es inherente a ella: popularidad autocrática. ¿Qué elegir?

3. Si la jefatura del Estado adquiere un peso declarativo gravitante, así carezca de prerrogativas propias, debe tener un contrapeso ideal en el primer ministro. Ser jefe del Estado y jefe de Gobierno a la vez es tarea pesada y contraproducente. ¿Qué elegir?

4. Hacer razonables los plazos abona en la calidad final de las reformas, aunque no en la ansiedad por obtener resultados. En las propuestas del gobierno parecen pesar más los plazos que los resultados. ¿Qué elegir?

5. Las reformas constitucionales democráticas no son unilaterales. Eso hace que sean debatibles. Para quien las propone bastaría con que sintonizaran (léase encuestas) con la mayoría de la gente. ¿Qué elegir?

6. El referéndum puede servir esta vez para confirmar reformas constitucionales aprobadas en una sola legislatura. Usarlo como condicionante político puede acelerar las reformas pero no asegurar la calidad de las mismas. ¿Qué elegir?

7. La percepción ciudadana de ver en el pedido de referéndum una demostración de autoridad presidencial puede ser positiva. Hacerle ver a la ciudadanía el papel real del referéndum en las reformas planteadas podría ser mejor. ¿Qué elegir?

Dialogue y concerte, señor presidente. Comience por reunirse con cada bancada del Congreso. Y con las cabezas del Poder Judicial y el Ministerio Público. Esto es más constructivo que solo sermonear.