Sin estrategia gubernamental congruente y creíble, hay pocas posibilidades de que el presidente Vizcarra y el primer ministro Salvador del Solar hagan sostenible el gobierno. (Foto: PCM)
Sin estrategia gubernamental congruente y creíble, hay pocas posibilidades de que el presidente Vizcarra y el primer ministro Salvador del Solar hagan sostenible el gobierno. (Foto: PCM)
Juan Paredes Castro

El presidente y su primer ministro comparten un problema del cual no parecen ser muy conscientes: creer que con un mensaje de Twitter o una declaración a la prensa pueden hacer que el país funcione.

O más concretamente: creer que con unos cuantos tuits pueden colocar las reformas políticas en las prioridades del Congreso, calmar los radicales reclamos comuneros en Las Bambas, trasladar una competencia política como el levantamiento de la inmunidad a una entidad jurisdiccional como la Corte Suprema y evitar críticas y debates siempre tan tensos pero necesarios en el constitucional terreno de las interpelaciones parlamentarias.

Lo que tienen que hacer Vizcarra y Del Solar es insuflarle a Palacio de Gobierno un espíritu receptivo amigable al diálogo y a la discusión, no con quienes están colgados del saco presidencial, ni con quienes se mueren por un ministerio en lugar de una curul, sino con aquellos que piensan diferente que ellos y cuyas ideas, cuestionamientos y visiones podrían ayudarlos a comprender mejor los asuntos de gobierno y Estado e incluso rectificar gruesas equivocaciones y torpezas.

La casa de gobierno debiera ser un lugar de trabajo de gobierno. No un cascarón fantasmal en el que nadie quiere conversar de política ni construir acuerdos ni consensos.Esto no se cubre ni se reemplaza ni con cien ni con mil tuits. Esto se hace con voluntad política y con voluntad de gobierno, que no consiste solo en buscar popularidad, sino en encarar también la impopularidad cuando deben tomarse decisiones que están por encima de las ambiciones y los egos presidenciales.

Todos sabemos que los mensajes en política son fundamentales. Cómo no vamos a recordar, por ejemplo, los mensajes anticorrupción de Martín Vizcarra en sus primeras semanas como presidente. O como cuando desde Brasil, con el solo anuncio de su retorno a Lima, hizo retroceder al entonces fiscal de la Nación Pedro Chávarry de su decisión de cesar en sus funciones a los fiscales Vela y Pérez. Claro que se trató de un mensaje con evidente injerencia en otro poder del Estado.

Lo que nos confirma la realidad es que los mensajes, sin realizaciones correspondientes, terminan siendo a la postre solo eso: mensajes. La falta de una estrategia anticorrupción integral, y su correlato en acciones de gobierno dentro del Estado, y no solo a merced del Caso Lava Jato, ha debilitado finalmente el discurso presidencial sobre el tema.

Con las encuestas, que son fotografías del momento, pasa lo mismo. Estas cumplen una función de registro y de comunicación, sin duda relevante. No necesariamente una función de gobierno.

No quiero juzgar mal las virtudes, capacidades e intenciones del presidente y su primer ministro, pero tengo la impresión de que se ha instalado en ellos la idea equivocada de que tienen que vivir permanentemente en estado de popularidad.

Y que, por consiguiente, todo lo que hagan o dejen de hacer, inclusive cometer errores garrafales como asfixiar en referéndum la reelección parlamentaria y la bicameralidad, debe estar en función del aplauso público más que del interés nacional.