No podía dejar de pensar en esta actitud frente al VAR al observar los debates en el Congreso y, más precisamente, en la Comisión de Constitución. (Foto: AFP)
No podía dejar de pensar en esta actitud frente al VAR al observar los debates en el Congreso y, más precisamente, en la Comisión de Constitución. (Foto: AFP)

En la primera semana de la Copa América diversos periodistas deportivos criticaron duramente al VAR. Matará al fútbol. Nos quita la emoción del gol. Acaba con la “picardía” de los jugadores. Pocos entre estos apocalípticos reconocían que sus reflexiones estaban fuertemente mediadas por los dos goles anulados a Perú contra Venezuela gracias al VAR. Hablábamos desde el bando de los perjudicados por la innovación tecnológica.

El partido contra Uruguay cambió drásticamente estas perspectivas. ¡Se evitó la injusticia! Hincha peruano, los poderosos ya no podrán influir en los árbitros para castigar a los pequeños. El VAR reducirá la corrupción, ¡bienvenida la tecnología al futbol! Pasamos en apenas días de apocalípticos a integrados. Nuestro interés calato determinó la opinión sobre lo bueno y lo malo.

No diré que fue sorprendente pues era previsible. Si algo es inmaduro en mi querido Perú es la discusión sobre fútbol. Pregúntenle al gran Pedro Gallese si no me creen: de villano a héroe en una semana. Veremos que pasa con Chile, pero es fácil predecir que nuestra opinión nacional sobre el VAR dependerá de si nos castiga o beneficia.

No podía dejar de pensar en esta actitud frente al VAR al observar los debates en el Congreso y, más precisamente, en la Comisión de Constitución. Nuestros políticos comparten bastante de esta inmadurez al tomar decisiones y evaluar si las actuales reglas que los rigen son justas. También dependerá de si se beneficia o perjudica a quien está haciendo la evaluación.

Es normal que los intereses se mezclen al momento de discutir la justicia de políticas e instituciones. Eso pasa en todos lados. El problema es que aquí el asunto es dinámico y descarado. Por un lado, se cambia de opinión en lapsos de tiempo muy cortos. Lo que constituye una infracción constitucional o una falta ética se determina con frecuencia por si juzgo al amigo o al enemigo. Difícil construir acuerdos y reglas previsibles con estos odios y amores dinámicos.

Por otro lado, los beneficiados por las reglas actuales toman cualquier argumento, por absurdo que sea, para defender su posición conservadora. Atrapados en el interés de corto plazo, se les hace muy difícil reconocer que las reglas que defienden tienen serios problemas y que otras podrían ser mejores para la comunidad.

La Comisión Tuesta ha hecho un ejercicio muy interesante al plantear las reformas que hoy se discuten en el Congreso: ha partido de un diagnóstico y señalado lo que se busca atacar con los cambios. No se vende la reforma como una panacea, sino como algunos remedios que pueden mejorar lo que tenemos. Y parte de la legitimidad de las propuestas nace de que los integrantes de la Comisión no tienen intereses directos en estos cambios.

A pesar de ello, muchos en el Congreso siguen cerrados a un debate alturado en los temas de fondo. No se trata de criticar que se debata. Al contrario, muchos de estos asuntos son discutibles. Lo que molesta es la poca distancia entre el interés crudo y la defensa de las reglas actuales. Sin esa distancia crítica, difícil mejorar en la política (y en el fútbol).