"Me ha escrito una carta muy sentida a pesar de sus cinco años […] En honor a Gabriel José, el compromiso es el de trabajar por el futuro de Tumbes y el Perú", señaló Vizcarra. (Foto: Agencia Andina)
"Me ha escrito una carta muy sentida a pesar de sus cinco años […] En honor a Gabriel José, el compromiso es el de trabajar por el futuro de Tumbes y el Perú", señaló Vizcarra. (Foto: Agencia Andina)
Juan Paredes Castro

A pocas horas de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski vimos a un pasando de la primera vicepresidencia a la presidencia en notoria inferioridad de condiciones.
Estaba destinado, metafóricamente, a tener que andar en muletas desde el primer día.

Sin partido ni bancada parlamentaria, sin lealtades en el entorno oficialista (ni siquiera de la segunda vicepresidenta, Mercedes Araoz) ni relaciones básicas en el espectro político del país, no tenía más esquinas de experiencia que haber sido presidente regional de Moquegua, ministro de Transportes y Comunicaciones y embajador en Canadá, un breve dorado exilio político.

Quedaba el consuelo nacional de que no se hubiera desembocado a una crisis mayor con un adelanto de elecciones. Una vez más los cauces constitucionales prevalecieron sobre las pasiones y ambiciones de coyuntura. En el círculo más íntimo del ‘ppkausismo’, Vizcarra era considerado un traidor o descalificado para el cargo por el ‘affaire’ Chinchero. Araoz hubiera deseado canjear su lloroso rostro de esos días por otro plácido que confirmara su derecho a ser la sucesora ideal. Claro que no hubiera tenido el respaldo del Congreso, que sí lo tuvo Vizcarra desde un comienzo con importantes diálogos en la cumbre con el fujimorismo.

En pleno desgaste de su aprobación y popularidad, Vizcarra tuvo la habilidad (posiblemente por consejo de los mismos que ahora lo están llevando al desgaste de esa habilidad) de reaccionar mejor y más rápidamente que el Congreso frente a la corrupción judicial que evidenciaron los audios difundidos por IDL-Reporteros. Prácticamente, se ganó el respaldo popular con sus propuestas de reforma constitucional de los sistemas judicial y político mediante su aprobación en una legislatura y su consiguiente confirmación vía referéndum.Las muletas que necesitaba funcionaron: una, los proyectos de reforma constitucional puestos en la cancha del Congreso; otra, el apoyo popular a los mismos.

El problema del mandatario, mareado por la encarnación de la nación y la jefatura del Estado –dos cosas ciertas, referidas en la Constitución, pero no traducidas en mandatos válidos y firmes– es que ha salido a agitar en alto las muletas, invocando celeridad al Congreso en lugar de seguir apoyándose en ellas racionalmente para conseguir lo que todos deseamos: cambios sólidos y duraderos en la Constitución.

O Vizcarra se apoya en las muletas de las reformas y en su correcta aprobación por el Congreso para echarse a andar en la dirección de lo que quiere el país o cada vez que las levanta y agita en el aire, en desafiante rabieta, va a tener que comprobar que no podrá ir a ningún lado.

Lo otro es que cambie estas muletas, que todavía le pueden funcionar bien si las usa bien, por la muleta de toreo (bastón atado a una capa roja) que sirve para fijar y dominar al toro. Metafóricamente, puede hacer de esta muleta su último recurso (el cierre del Congreso), aunque con el riesgo de que no pueda ni fijar ni dominar al toro y más bien él (Vizcarra) salga deslucido y fuera del ruedo.