GABRIELA MACHUCA CASTILLO

Es raro escuchar a este mexicano hablar español, digamos, de su propia boca. Los programas de televisión que ha tenido por diez años, y que lo han hecho conocido en cada uno de los continentes de este planeta, están en inglés o con la voz del traductor de turno. Descuadra, pero solo unos segundos. La impresión pasa rápido y se vuelve estupenda porque tiene el acento charro muy marcado, muy campechano.

Es muy fácil imaginar que el rehabilitador de perros más famoso de todos probablemente también diga ‘carajo’ cuando pisa sin querer las excretas de alguna de sus mascotas. Resulta, pues, tremendamente cercano. La maravilla del castellano, además, hace que uno se dé cuenta de que la súper estrella internacional, la que le enseñó a Oprah Winfrey cómo lidiar con la inseguridad de su idolatrada cocker spaniel Sophie, o la que le da consejos a los Obama respecto de la forma de pasear a sus canes, Bo y Sunny, pueda ser fácilmente el vecino del parque con el que compartes la última gracia de ese cuadrúpedo al que quieres tanto.

El tipo, de 44 años recién cumplidos, ama sinceramente a los perros. Eso es evidente en la entonación, en las pausas y hasta en la emoción que le pone a los ándale que usa al hablar. Pero también en los cientos de fotos y videos de sus seis perros y de otros miles que conoce a diario y que sube en su cuenta de Facebook, donde tiene más de tres millones de seguidores.

Inicias tu primera gira en América Latina. ¿Qué debe esperar el público, una conferencia, un taller o un show? Pues es un seminario, pero al estar frente a más de 200 personas tienes que darles un show. Lo he hecho alrededor del mundo desde hace varios años. Siempre en inglés, esta será mi primera vez en español. Estoy un poquito nervioso y ansioso. Eso porque al latino no le tienes que enseñar mucho a disciplinar al perro. Al latino hay que enseñarle a tener compasión cuando disciplina.

A diferencia del gringo o del europeo, digamos… Ándale sí, ellos no quieren disciplinar al perro porque se sienten mal. Nosotros, en cambio, tenemos otra cultura. Nuestros padres nos enseñan: “no llores y si lloras, llora por algo…” (ríe). El americano trata al perro como un humano y encima no le da reglas. Los dejan expresarse, pero sin límites, eso hace que se vuelva irrespetuoso.

¿Has venido antes al Perú? No, nunca. De hecho es el primer lugar del tour

¿Y entonces de dónde has sacado esa llama peruana que tienes en California, a la que le has puesto Lorenzo? (Suelta una carcajada) Lorenzo vive en mi rancho y me ayuda mucho a mí con la gente porque es muy social. La gente acá no ha visto una llama en su vida, no está acostumbrada. Entonces Lorenzo viene, les huele la cara, los oídos, les enseña a respetar los espacios … La conseguí porque donde yo vivo hay gente que tiene changos, cebras, de todo, y siempre hay alguien que quiere regalar algo. Yo me espero a que alguien quiera regalar algo y si es compatible con mis perros, lo adopto.

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