Vanessa Romo Espinoza

Satipo. Si Loyola Díaz pudiera ver su vida a partir de cifras, tampoco la entendería. Tiene 11 meses de nacida, mide cerca de 50 cm y pesa unos cinco kilos. Pese a los anuncios positivos del Ejecutivo, no es parte de ese 81,9% de niños menores de 5 años que no tiene desnutrición crónica. Se ha quedado, como lo hicieron sus padres y tal vez sus abuelos, en ese círculo de retraso, pobreza, lejana de los promedios nacionales que ocultan realidades.

Para aumentar inequidades, es una niña asháninka en medio de un sistema público que habla español y dentro de una comunidad vulnerable como es el Vraem. Y cuando nació lo hizo con labio leporino. Es por eso que por más que intentó, su madre Hermelinda no pudo darle de lactar lo necesario. Con la piel encogida a los huesos y el pelo decolorado propio de la desnutrición, Loyola aún mantiene una mirada tierna, libre de cifras desesperanzadoras.

En el puesto de salud de Unión Puerto Asháninka, uno de los dos a lo largo de la cuenca baja del río Ene, dentro de la selva de Junín, el 82% de los niños que se van a atender sufre de desnutrición. Estos datos fueron recogidos por la Central Asháninka del Río Ene (CARE) y agrupan a los distritos de Mazamari, Río Tambo y Pangoa, en la provincia de Satipo.

Ruth Buendía, presidenta de la organización, dice que no se puede justificar en sus costumbres indígenas. “Somos madres como cualquiera y queremos que nuestros hijos mejoren. Yo soy asháninka, pero queremos las mismas oportunidades que tienen en las grandes ciudades”, dice.

Uno podría entender que la desnutrición es solo no comer bien. Pero cuando se conoce que el 90% del cerebro del ser humano se forma en los primeros tres años y que este depende de la cantidad y calidad de nutrientes que se ingiera, estamos hablando de problemas serios. Estamos diciendo que la desnutrición es desigualdad.

El oficial de Salud de Unicef en el Perú, el doctor Mario Tavera, es algo más severo: con niños desnutridos de forma crónica, no se puede hablar de inclusión social.

“Un niño en estas condiciones tiene que adaptar su cuerpo al pobre desarrollo de sus órganos, de sus huesos y su cerebro. Con esto estamos estableciendo inequidades y diferencias desde el inicio de su vida”, dice el médico.

Según él, en la sociedad de libre mercado y competitividad en la que vivimos, lo que el Estado debería garantizar es que al menos en esta etapa de la vida todos lleguen con las mismas condiciones. “Pero en el Perú, cuando los niños deberían comenzar en el primer escalón, hay algunos, como los asháninkas, que comienzan en el sótano”, agrega.

El problema sigue agravándose. En realidad, la desnutrición es un problema que empieza nueve meses antes de que nazca el bebe. Ni de controles prenatales ni de pirámides nutricionales conoce Avelina Andrés Irisac, de 15 años, que lleva gestando ocho meses. Da un sorbo del masato, el fermentado de yuca que toman los niños desde que cumplen el mes para ‘formar su estómago’.

A corto plazo eso les causa diarreas, con ello pérdida de hierro y por ende desnutrición. Por todo ese ciclo ya ha pasado Avelina. Y su vientre lleno de vida también se llena de incertidumbre.

La alimentación en el río Ene se basa en yuca, plátano y a veces pescado. Ruth Buendía cuenta que cada vez es más difícil sembrar en estas tierras porque en invierno se inundan y en verano se secan. “La presión de las petroleras río abajo impide que aquí podamos aprovechar el pescado”, dice. A esto se suma la escasa vacunación en las zonas por la lejanía de las postas y la falta de personal, según señala el doctor Ronald Flores, jefe del centro de salud de Puerto Ocopa.

Flores, que controla los 17 establecimientos a lo largo del río Ene, cuenta que en el último mes se han muerto dos niños de hambre. “Aquí se prefiere vender el pescado porque no hay cómo subsistir. Todo es tres veces más caro por la lejanía de las comunidades”, cuenta.

INTERVENCIÓN DEL ESTADO La ministra de Desarrollo e Inclusión Social, Carolina Trivelli, dijo en una reunión con periodistas que la desnutrición crónica será el verdadero indicador del desarrollo del país. En tres años deberán llegar a tener solo 10% de niños con este problema. Pero la realidad que se vive en el río Ene hace detenerse en los verdaderos retos.

Alfonso Tolmos, director de Políticas y Estrategias del Midis, señala que se está implementando desde el año pasado una estrategia integrada, Crecer para Incluir, que pasa no solo por el problema nutricional para combatir esta discapacidad, sino también por aspectos de saneamiento, comunicaciones, salud y educación.

Tolmos señala que aunque conocen de esta realidad, en el marco regional (Junín) ha disminuido el porcentaje de desnutrición de 26,7% en el 2011 al 22,1%, según las últimas cifras de Endes. Sin embargo, reconoce que no se tienen cifras específicas en los distritos. “Pero en Río Tambo hay una inseguridad alimentaria de 0,75, un número alto que nos hace suponer que la desnutrición es grande”, dice. En los brazos de su madre, la pequeña Loyola confirma esa suposición.