VANESSA ROMO ESPINOZA Enviada especial de El Comercio
Llochegua. Una bandera rojiblanca flamea en medio del caos emocional de Pampas, el pueblo en el que el domingo habitaron la victoria y el desastre.
Fue en esa comunidad, en medio de la selva ayacuchana, de coca y café, donde acabaron con los terroristas Orlando Borda Casafranca ‘Alipio’, Martín Quispe Palomino ‘Gabriel’ y ‘Alfonso’. En el lugar donde se inició un paso hacia la paz, la tranquilidad de Pampas también acabó.
“Llochegua no es Pampas, eso hay que tenerlo claro”, dice un pasajero en el colectivo que va hacia Santa Teresa, a una hora de Llochegua. Luego de dos horas y media de caminata por pendientes y ríos, aparece Pampas. Es parte del distrito de Llochegua y de la provincia de Huanta, pero hay personas que desde el domingo prefieren que no lo sea. “Aquí todos trabajamos honestamente, no nos pueden vincular con lo que ha pasado”, dice una señora de Santa Teresa, por temor a los estigmas.
Sin pensarlo, eso es lo que están haciendo con Pampas. Martín Ayala es el teniente gobernador de esa comunidad y ha llegado a Santa Teresa para declarar ante el juez lo que ha sucedido. Llega cansado y desesperado: es la primera vez que le contará todo lo que vivió esa noche de miedo.
CORRER Y ESCONDERSE Martín estaba despierto a las 10 p.m. del domingo cuando escuchó que frente a su casita de madera algo estalló. “¿Un balón de gas?”, pensó. Tal vez era un rayo, pero cuando entró en su casa media hora antes, luego de una apurada reunión comunal, lo último que había visto era un cielo estrellado. Lo primero que hizo fue alertar a su esposa e hija. Salió y comenzó un tiroteo hacia la casa del frente, la de la familia Araujo. Juan Araujo había apurado esa reunión comunal que trataba sobre la trocha que quieren construir hasta Pampas. Un día antes había mandado a su familia a otra casa, en las alturas.
La casa de los Araujo es una de las 40 viviendas que hay en Pampas, con 22 familias. Martín buscó a sus autoridades. Algunos estaban tirados en el piso, otros lloraban. Todos corrieron hacia el monte.
Cerca de la medianoche, tres helicópteros sobrevolaban Pampas. Entendieron entonces que las Fuerzas Armadas estaban en este enfrentamiento. Uno de los helicópteros aterrizó en el pampón que hace las veces de plaza principal. Desde el cerro, veían cómo los techos de sus casas volaban. Martín recordó que en esa casa que había explosionado estaba el generador de electricidad.
LA MORAL EN ALTO Eran las 4 a.m. y el miedo era más fuerte que el silencio. Martín pensó que ya era suficiente. Bajaron todos, buscó la bandera del Perú, la izó en medio del pueblo. Pasó lista. Su esposa y su hija fueron las últimas en aparecer. Exhaló aliviado.
Sin embargo, no volvieron a ver a las 17 personas de la familia Araujo. Coincidentemente, el comando especial Vraem confirmó a El Comercio que trajeron a algunos pobladores de la zona, a pedido de ellos.
Fue a las 6 a.m. que los pobladores vieron siete helicópteros rondarlos. Martín flameó más la bandera y alzó los brazos. Los helicópteros se fueron. En la casa calcinada, la gente empezó a detectar restos humanos que hasta ayer continuaban ahí. Los ocultaron antes de que los perros los siguieran husmeando.
También encontraron cintas de balas Galil y municiones de FAL, con las que juegan ahora los niños. Se preguntaban qué pasaría con todo esto. La gente empezó a alistar sus cosas: querían salir de ahí lo más pronto posible. Pero el desplazamiento no era la solución para Martín. “Nosotros no hemos hecho nada malo. Por una oveja negra no vamos a dejarlo todo”, dijo.
El lunes, todo el pueblo estaba confundido. Llegó la noche y nadie apareció. Ni autoridades, ni soldados en ese pueblo sin luz.
Ayer, desde muy temprano, los comuneros empezaron a asegurar los techos que habían volado. Un grupo bajó hacia el río y conectó otro motor para tener electricidad. Martín fue con un equipo de El Comercio a Pampas. Los pobladores contaban la misma historia.
La preocupación no los ha abandonado, pero tampoco las ganas de continuar. En Pichari, a más de cuatro horas de Pampas, voceros del comando especial Vraem dijeron que sus soldados deben estar a punto de llegar a la zona.
El alcalde de Llochegua, Omer Sinchitullo, dijo que su integridad peligra. “Aún hay terroristas aquí”, dice. El Comercio no notó indicios de terroristas en el camino.
Martín debía regresar a Santa Teresa. Antes de llegar, volteó hacia Pampas para ver lo que había recorrido, más allá de las distancias.
La bandera que se veía a lo lejos desaparecía con la noche. Las luces del pueblo se encendían. Martín se sentía feliz. Muy arriba, el sonido de un helicóptero empieza a sentirse. Eso solo le recuerda que este fue otro día más sin que ninguna autoridad les preguntara cómo están.