LUIS SILVA NOLE

El canto de un huaino se oye a lo lejos del amplio y largo pasillo. Aquella voz feliz se quiebra de tanto en tanto. ¿Qué pasará por la mente de Felícita Chávez Oré mientras pronuncia esas melodiosas frases que le recuerdan a su natal Huamanga? En la entrada de una de las plazuelas de la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, cerca de la capilla, solo hay una certeza: Felícita no está triste. La repetitiva sonrisa que surge de sus labios entre verso y verso lo prueba.

Los quiebres de voz eran por el paso de los años, que en este gran recinto de la cuadra 4 de la avenida Brasil, en Breña, parece interminable, como el brillante piso que hubo que recorrer para llegar hasta Felícita y su silla de ruedas. A ella solo le faltan dos años para ser centenaria, dice la madre superiora Irma Calderón mientras le acomoda la colcha doblada en dos que le cubre las piernas.

“Acá me siento muy bien. Mi hijo me visita y las hermanitas me cuidan y dan todo. Esto es el cielo. Ellas son ángeles”. Apenas acaba el halago, Felícita inunda otra vez los pasillos con su entrañable tonada serrana.

Fundado en 1898 sobre un terreno donado por el entonces presidente Nicolás de Piérola, esta casa hogar acoge a 348 adultos mayores autovalentes, semidependientes o dependientes totales. Entre estos últimos se cuentan a los que tienen problemas físicos y algún tipo de demencia. La madre Irma subraya que todos esos grupos están segmentados por ambientes y por sexo.

Para cada grupo hay pabellones de dormitorios, cocina, comedor, zona médica, área de rehabilitación y plazuela. Ambientes modernos que se mezclan con otros antiguos que, por lo bien cuidados que están, parecen evitar el paso del tiempo. Todo está limpio, desde los baños hasta las bancas de los jardines. Y todo lo hacen ellas, las hermanitas de hábito negro y orden nacida en España.

“Las monjitas se levantan a las 4 de la mañana. Nos lavan la ropa, nos limpian, nos dan de comer, nos atienden. Pero lo principal es que nos dan amor, mucho amor”, expresa Aurelio Oviedo Ruvatto, de 68 años.

Mientras le da de comer en la boca a un adulto mayor postrado, sor Nelly Silva confirma su fe: “En él veo a Cristo. Cuando uno ama a Dios, todo se puede”.

“No tuve hijos. Estoy sola. Acá hallé una familia”, dice Rosa Pizarro Frías, de 79 años.

A este hogar llegan personas traídas por familiares que no pueden mantenerlos, gente abandonada en hospitales y ancianos pobres que viven solos o en la calle. “Solo el 30% de los albergados tiene pensión. Eso ayuda. Algunos familiares colaboran. Unas fundaciones y empresas también. Salimos a pedir limosna. Pero necesitamos más. Solo en luz se van 22 mil soles mensuales”, detalla la madre Irma. Si quiere ayudar, llame al 423-6756.