La fiesta combina sus carnavales con diferentes rituales alegres que anuncian el bienestar y la fecundidad. (FOTO: Flor Ruiz)
La fiesta combina sus carnavales con diferentes rituales alegres que anuncian el bienestar y la fecundidad. (FOTO: Flor Ruiz)
Álvaro Rocha

Andahuaylas, cuna de los chankas y de José María Arguedas, acostumbrada al ritmo infinitamente lento de siembras y cosechas, a sus complicados dioses y a su gente sencilla, rompe –en los días del Pukllay– con esa tradición conservadora y rajan la Pachamama como si de un sismo se tratara. Ríos de gente bajan de las alturas –de Huancabamba, Chincheros– para celebrar el Pukllay como se debe: con intensidad, picardía y regocijo bañado en cañazo.

El Pukllay, denominado el “carnaval originario de los Andes”, es bastante particular, pues se celebra en plena Cuaresma, cuando los carnavales de otras regiones ya se han extinguido, y eso tiene una explicación. Esta fiesta existía antes de la llegada de los españoles y estaba (y está) vinculada a la fertilidad de la tierra y la humana.

Y es que en esta época se dan las primeras cosechas, y también los primeros emparejamientos, facilitados por la permisividad del evento y la relajación de las normas sociales. Por ello fray Domingo de Santo Tomás (1560) define al Pukllay como “juego de placer”. El día más esperado es el del pasacalle, cuando las delegaciones desfilan con sus mejores trajes y danzas, por calles estrechas y empinadas, teniendo como epicentro la plaza de armas y su antigua pileta tallada en una sola piedra.

El sábado 10 culmina el Pukllay, donde se premia –en el estadio Los Chankas– a las mejores expresiones regionales (de las siete provincias de Apurímac) y rurales (de las comunidades campesinas). Pero vale la pena quedarse un día más, pues la feria dominical se extiende veintitantas cuadras al costado del río Chumbao, y se vende absolutamente todo, desde un poncho hasta un toro.

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