Perú y Argentina se enfrentarán el próximo jueves 5 de octubre en La Bombonera por las Eliminatorias Rusia 2018. (Foto: agencias)
Perú y Argentina se enfrentarán el próximo jueves 5 de octubre en La Bombonera por las Eliminatorias Rusia 2018. (Foto: agencias)
Julio Hevia

El mito reza que la  auriazul del Boca Juniors recibe tal apelativo porque su forma original se asemeja a una caja de bombones. Sin embargo, lejos de hacer las delicias de cualquier comensal ávido de azucaradas dosis, esta bombonera nutre su (des)prestigio de un carácter que tiene más de jaula animal que de estadio deportivo, más de coliseo romano que de empaque de fácil y alegre consumo. No podría ser de otro modo, pues tal recinto se instala en el peligrosamente célebre barrio de Boca, quinta esencia de un achoramiento cuyo colorido turístico se clausura, irrevocable, a las siete de la noche de cada jornada. A partir de esa hora el Dr. Jekyll deviene la versión bonaerense y marginal de Mr. Hyde. O sea que cuando el lado oscuro de la luna planea sobre la gran ciudad –“Buenos Aires se ve tan susceptible”, habría dicho Cerati–, todo el barrio de Boca es boca de lobo y el que allí permanece es muy vivo o se pasa de bobo. 

Hablémonos al oído. Todo peruano debería saber que hacia fines de los 60, en las barbas o en las fauces de esa boca, la blanquirroja dio la gran estocada para clasificar al Mundial de México. Allí, en esa cancha más cercana a la de nuestro fulbito, dada su claustrofóbica estrechez, en aquella olla a presión donde el visitante siente que le respiran en la nuca y lo maldicen desde el pitazo inicial, la selección inca hincó dos veces vía sendas escapadas de Oswaldo ‘Cachito’ Ramírez, esas que obligaron al grandazo Agustín Cejas a recoger el esférico del mismísimo ‘rincón de las ánimas’.

En tal escenario, ‘Perico’ León, memorable delantero que parecía contar con un amortiguador en el pecho y un cañón en la testa, se descosió el pantalón en el círculo central del campo, gestando así un efecto termostático inverso pues, en medio de la calentura, pasó a enfriarlo todo, en tanto en la tribuna rayaba la desesperación y se expelían toda suerte de improperios contra las progenitoras peruanas. Iniciativa contraproducente, quizá, pues el macho peruano soporta todo improperio menos que intenten reenviarlo, en clave contranatura, a su matriz vaginal.

En la línea media del equipo, hay que decirlo, la ausencia del ‘Cabezón’ Miflin no alcanzó a sentirse puesto que tal función la ocupó un jugador mucho más hecho para la fricción y el careo. Hablamos de Luis ‘El Colorado’ Cruzado, padre putativo de Roberto Chale y brazo protector de las palomilladas que este último solía escenificar ante equipos foráneos. Según rezan fuentes fidedignas, cuando los reporteros argentinos abordaron al ‘Niño Terrible’ a fin de arrancarle un pronóstico del inminente partido, Chale, con cara de cínica sorpresa, señaló: “¿Cuál partido? ¿De qué partido me hablan? Nosotros hemos venido a comprar ropa”. 

Otro iluminado para jugar con el cuchillo entre los dientes fue el entrañable ‘Chito’ La Torre. Él nunca supo de sutilezas, pues de ellas se encargaba su compañero de área, el gran ‘Capitán de América’, Héctor Chumpitaz. Por ello cuando ‘Chumpi’ subía a ejecutar tiros libres o proyectaba pelotazos de media distancia, ‘Chito’ duplicaba su sicariato y por su zona solo cabía entrar con helicóptero y gases lacrimógenos. En nuestra zaga contábamos también con personajes profesionalmente titulados, como el impertérrito y embetunado ‘Doctor’ Campos; de identidad dual, Eloy era médico y enfermero de campo, de allí que, luego de sus reconocidas ‘operaciones’, sus rivales debían ser retirados en camilla.

Desde las tribunas y cual líder de opinión de pequeñas grandes causas, el inefable Augusto Ferrando anunciaba con tono hípico y nacionalismo velasquista el insuperable lema “No nos ganan”. Aunque el marcador final se ajustó a dicha profecía debimos, como es costumbre, “pasar las de Caín” y recorrer todos los episodios de la pasión, muerte y resurrección de un deseo que los minutos de descuento multiplicaban macabros.

Y así como podemos invocar a Baylón, Cubillas y ‘Cachito’ para darle sentido a aquello de que el fin justifica los miedos del rival, preciso es admitir que en aquellas épocas nuestra volante era exclusivo laboratorio de creatividad, pues Miflin y Chale carecían de toda vocación para ejercer el opaco proletariado del pressing; décadas, en fin, cuando se trabajaba menos y se jugaba más. Debo confesar que no pocos alumnos, de distintas y sucesivas camadas generacionales, me han preguntado, expectantes: “¿Qué se siente ver al Perú en un mundial, profe?”. Se trata de ese tipo de interrogantes que, hasta nuevo aviso, carecen de respuesta, siendo como son enigmas que cada cual deberá despejar en su momento, en vez de ser resueltos por el interlocutor de turno.

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