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Antes y ahora papa Francisco
Oscar García

El Perú que contempló Juan Pablo II, al descender del DC-10 de Alitalia que lo trajo hace 33 años, es un país que se desvanece en el recuerdo de los memoriosos con la nitidez de un espejismo o la de un periódico que alguien abandonó al sol. La decoloración es simbólica, teñida de una nostalgia para el que la vivió, pero que resulta un misterio para el que no estuvo ahí: si un millennial de hoy arribase a la Lima de febrero de 1985, viaje en el tiempo mediante, no entendería por qué en las calles se ven banderolas con una frase que a lo mucho le sonará a un supermercado chileno: ‘Totus tuus’ (‘todo tuyo’, en latín) era el lema del Papa polaco, una frase que los fieles colocaban para recibirlo en sus recorridos por calles y avenidas adornadas de cadenetas blancas y amarillas.  

Es evidente que a 33 años de estos hechos, el país cambió en ciertos aspectos y en otros no. Cada generación vive sus propias crisis y periodos de inestabilidad: los de los ochenta venían manchados de sangre. En la segunda noche de la visita papal, un corte de electricidad nos dejó a oscuras, un trance que las nuevas generaciones no han vivido. El pontífice culminó sus actividades en la penumbra provocada por Sendero, que quería terminar con el recogimiento popular y reemplazarlo por el miedo. Al día siguiente, desde la convulsionada Ayacucho, el Papa peregrino contestaría la bravata senderista hablando contra los que “creen que el terror y la agresividad nos pueden llevar a un mundo mejor”.  

Nuestro hipotético viajero en el tiempo tampoco entendería por qué al prender la televisión para ver la cobertura noticiosa del huésped ilustre solo le funcionan cinco canales y no los 200 a los que está acostumbrado. El Papa es la noticia central en todos las estaciones, con enlaces microondas que se consiguen con unidades móviles del tamaño de camionetas. Hoy, cualquiera puede hacer un enlace en directo apretando un botón en cualquier smartphone. No es nada del otro mundo. 

El círculo que se cierra
Seguimos en 1985 y en la prensa escrita se vive una fiesta aparte. Los anónimos redactores afilan el verbo en sus despachos sobre el recorrido del “Vicario de Cristo”, acaso inflamados por el Espíritu Santo u algún otro elemento espirituoso. Algunos escriben sobre la “acendrada religiosidad” del creyente peruano. Otros destacan la “afable y blanca figura” o la “nívea y paternal” imagen del “Santo Padre”. Y en ocasiones se ponen en plan onmisciente, cual narradores del siglo XIX: “la multitud sintió incrementar su catolicidad” al paso de Su Santidad, como señala un redactor en las páginas de El Comercio. 

En un año electoral como 1985, la prensa destaca que los principales candidatos a la presidencia de la República, Javier Alva (AP), Luis Bedoya (CD), Alfonso Barrantes (IU), Alan García (PAP) y Francisco Morales Bermudez (FDUN) han hecho una tregua en sus puyas por la visita del representante de la Santa Sede, demostrando un civismo inédito en estos tiempos de mototaxis, sablazos filiales y utópicas reconciliaciones. 

El Perú vive en inflación (125%) pero aún estamos a tres años de la pesadilla económica del gobierno aprista. El dólar se vende en la calle a 6.514 soles y un kilo de gallina cuesta 13.000 soles o 13 intis. Soñar con tener una inflación de 2% como la del 2017 suena a una fantasía digna de Steven Spielberg (una fantasía aburrida, si se permite). El Rey Midas de Hollywood producía ese año cosas más entretenidas como Gremlins. 

Juan Pablo II dejó el país al quinto día, luego de ser visto por ocho millones de compatriotas en 11 mítines. Sus bendiciones no alcanzaron: cuatro meses después, el argentino Gareca nos dejaría sin Mundial, con un gol agónico en el Nacional contra nuestra selección. Treinta y dos años después, el ‘Tigre’ nos devolvió a la Copa del Mundo y el Perú es vuelto a visitar por un Papa, esta vez argentino, como para cerrar el círculo. 

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