(Ilustración: Nadia Santos)
(Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

En su número del mes de junio, la revista National Geographic trae un amplio reportaje titulado ‘Por qué mentimos’, en el que el prestigioso periodista norteamericano de origen bengalí y nombre impronunciable Yudhijit Bhattacharjee da cuenta del esfuerzo que diversos científicos han hecho para dilucidar por qué a los humanos nos cuesta tanto decir la verdad.

Cualquier peruano que en estos días se haya sentido descolocado ante el incremento del número de ex presidentes de la república dentro de la población carcelaria nacional, encontrará en el mencionado artículo algunas pistas para entender el comportamiento de esos mentirosos compulsivos que, tras hospedarse en Palacio de Gobierno, se sometieron a los tribunales (o se las arreglaron para evadirlos).

En la selecta galería internacional de grandes mentirosos contemporáneos, Bhattacharjee ubica a personajes tan reconocibles como el financista Bernie Madoff, el ex presidente Richard Nixon, el nadador Ryan Lochte, el falsificador Mark Landis, el impostor Frank Abagnale, la agente secreta Valerie Plame, el periodista Jayson Blair, el físico alemán Jan Hendrik Schön, e incluso el ciudadano norteamericano Jacob Hall, ganador del improbable concurso ‘El más grande mentiroso de West Virginia 2016’. Una versión local de ese ranking tendría a Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala apiñados en los primeros cuatro lugares del escalafón. El orden los elije usted.

Los investigadores entrevistados para el reportaje especulan que la mentira es “una conducta surgida en la evolución humana poco después de la aparición del lenguaje”. Según ellos, “la capacidad de manipular a los demás sin tener que recurrir a la fuerza física proporcionaba una ventaja en la competición por los recursos y las parejas sexuales, algo semejante a la evolución de estrategias engañosas, como el camuflaje, en el reino animal”. Tal argumentación no disculpa el delito, desde luego.

Para entender, por ejemplo, el proceder ilegal de la dupla Humala-Heredia, cabría subrayar el postulado de los psicólogos Nobuhito Abe, de la Universidad de Kioto, y Joshua Greene, de la Universidad de Harvard, quienes sostienen que “la avaricia puede elevar la predisposición a mentir”. Si hay una posibilidad de obtener dinero, incluso alguien que presume de su honradez (“honestidad para hacer la diferencia”, rezaba el eslogan nacionalista) tiene “más probabilidades de actuar con engaño o doblez”.

Por otro lado, Tali Sharot, neurocientífica del University College de Londres, propone que el cerebro se habitúa al estrés o a la incomodidad emocional que implica mentir, de manera que cada embuste cuesta menos que el anterior. Eso explicaría satisfactoriamente las ene yucas de Fujimori, los incontables dislates de Toledo y los repetitivos faenones de García Pérez. “Participar en pequeños engaños suele conducir a engaños de mayor calado”, añade Sharot.

Ante la dolorosa evidencia de haber encumbrado a tanto estafador profesional a la máxima función estatal, la pregunta que cae de podrida es: ¿por qué diablos seguimos votando a tipos de esa calaña? Robert Feldman, psicólogo de la universidad de Massachusetts, parece tener una explicación: “La gente no se espera una mentira, no está a la caza de mentiras, y casi siempre queremos creer lo que estamos oyendo. Apenas si nos resistimos a los engaños que nos agradan y nos reconfortan”.

Todos mentimos, eso está claro, pero no con la frecuencia, el descaro o el cinismo de nuestros presidentes recientes. Otro de los citados por National Geographic, Dan Ariely, psicólogo de la Universidad de Duke, experto en la ciencia del engaño, cree que a la mayoría de nosotros “hay algo que nos impide mentir como bellacos; queremos vernos como personas honradas, porque hemos interiorizado la honradez como un valor que nos ha enseñado la sociedad”.

Entre la amnesia y la ingenuidad, el elector peruano parece estar condenado a seguir padeciendo a estos mentirosos irredentos que lanzan “tres mentiras cada diez minutos”, según estadística de Cal Lightman, el recordado doctor de la serie Lie To Me; y que persiguen el propio beneficio rigiéndose por la máxima que el propio Lightman inmortalizara: “O verdad o felicidad, nunca ambas”. 

Esta columna fue publicada el 22 de julio del 2017 en la revista Somos.

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