Con el Mundial también empieza la temporada de cábalas. Nótese aquellos que se sientan en el mismo sitio frente al televisor, a los que no se cambian de ropa, a los que no se afeitan, a los que se despiertan escuchando la misma canción y a los que hacen la señal de la cruz cuatro veces.
Cabuleros son los hinchas y también los jugadores. El alemán Mario Gómez no canta el himno porque en un partido Sub 15 no lo hizo y anotó un gol. Ronaldo evitaba patear al arco en los entrenamientos para no “gastar sus goles”, Batistuta se iba a dormir con chimpunes mojados y el francés Domenech alcanzó la imbecilidad plena cuando dejó fuera del Mundial 2006 a Robert Pires porque era escorpio.
Pero si hubo un Mundial de cábalas, ese fue sin duda México 86. Por orden de Bilardo, la selección argentina iba a los partidos en el mismo bus, con los mismos policías, buscaban que los entrevistaran los mismos periodistas y todos estaban prohibidos de comer pollo.
Pero la mejor la cuenta “El Gráfico”. Hermes Muñoz era un camarógrafo argentino de la NBC. Su jefe creía que traía mala suerte y por eso le prohibió seguir a la selección en los estadios. Pero el día de la final no aguantó y mandó al diablo la cábala. Escuchó los primeros dos goles argentinos por radio, entró al estadio confiado y ni bien pisó el Azteca, gol alemán. Luego se acomodó en la tribuna y llegó el empate. Y entonces huyó. Corrió hacia las rejas pero estaban cerradas, así que se tiró al suelo y estiró las piernas hasta tocar la calle. Y en esa posición llegó el gol de Burruchaga. Y Hermes sintió que la Copa la consiguió él.