"Por un par de horas sustituyan sus vidas pálidas con esas vidas de mentira cargadas de emociones y misterio". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
"Por un par de horas sustituyan sus vidas pálidas con esas vidas de mentira cargadas de emociones y misterio". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
Renato Cisneros

No quiero escribir una columna política. Para qué comentar la repartición de comisiones en el Congreso, la permanencia de Velarde en el BCR o las investigaciones fiscales al partido de gobierno cuando hay tanta gente haciéndolo con mayor propiedad.

Me atrae más contar que durante la cuarentena impuesta por contraer el covid vi varias películas y series que fueron un auténtico desahogo, una desintoxicación, un efectivo antídoto a ese otro virus que es la crisis nacional o, mejor dicho, la amargura y ramplonería con que suele abordarse.

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Ha sido muy saludable combatir la sobredosis de realidad, que ojalá fuera ficción, con un puñado de ficciones que se sienten reales. En estos catorce días y noches revisé clásicos que había visto una sola vez, como Cabo de miedo, L. A. Confidential o En la línea de fuego, con Robert de Niro, Kevin Spacey y Clint Eastwood en espléndida forma; los combiné con dramas contemporáneos como la bella Paterson, de Jim Jarmusch, o la visualmente imponente The Grandmaster, de Wong Kar-Wai; y les sumé una serie poblada de diálogos como In Treatment, dirigida por Rodrigo García, hijo de García Márquez, con Gabriel Byrne en el papel del implacable doctor Paul Weston.

De todas, la película que más recuerdo es El rayo verde, de Éric Rohmer, un hermoso relato sobre la soledad, las expectativas y el azar. Delphine es una joven parisina que hace todo lo posible por pasar sus vacaciones acompañada, pero sus planes fracasan uno tras uno. Mientras más intenta relacionarse con otros (o huir de sí misma), peor le va. Es una historia sencilla, filmada sin aspavientos, que medita acerca de cómo el individuo pretende refugiarse continuamente en la multitud a pesar de que esa misma multitud lo iguala y etiqueta hasta casi disolverlo. Escena tras escena, vemos a Delphine huir de París a Cherburgo, a los Alpes, a Biarritz, e interactuar con niños y adultos (queda claro: se lleva mejor con los niños), pero no logra encajar ni sentirse del todo a gusto. Lo que ella busca es un amor, no una aventura de verano, sino un amor, no necesariamente definitivo, pero sí capaz de devolverle la confianza y, sobre todo, de ayudarla a olvidar al ex novio al que todavía, maldita sea, se siente ligada. Seguimos a Delphine mientras deambula por plazas y esquinas atestadas de gente, leyendo con avidez las páginas de El Idiota, de Dostoievski, acaso identificada con la inocencia e idealismo del príncipe Mishkin, protagonista de ese libro. Una tarde, mientras avanza por un malecón, oye una conversación ajena en la que alguien comenta una novela de Julio Verne llamada El rayo verde. El título hace referencia a un extraño fenómeno óptico que, bajo las condiciones atmosféricas correctas, puede apreciarse justo en el momento en que el sol desaparece tras el horizonte. Según Verne, cuando dos personas alcanzan a ver juntas el destello del ‘rayo verde’, se enamoran al instante. La leyenda hace que Delphine alimente aún más la esperanza de cruzarse con el hombre sensible (ojalá vegetariano) que, intuye, es parte de su destino.

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La película de Rohmer, por un lado, me transportó a esa época contradictoria en la que, aun deseando pasar mucho tiempo solo, me esforzaba inconscientemente (“conscientemente”, alegaría el doctor Paul Weston) por involucrarme en fugaces relaciones sentimentales. Por otro lado, me rescató, igual que las demás películas, de esta coyuntura hostil donde ahora pareciera que el sentido mismo de nuestro presente y futuro estuviese determinado por los aciertos o desaciertos de la clase política. No jodan; si los peruanos nos hemos mantenido en pie en las últimas décadas, no ha sido gracias sino a pesar de los gobernantes. ¿Por qué tendría qué ser distinto ahora? Pienso como el pintor Ramiro Llona: “Si el mandatario de turno falla, sales a la calle, protestas, luchas por tus ideas y combates democráticamente”.

Quienes desconocen esa alternativa, se dedican a insultar, rechistar y utilizan las redes para descargar miedos y frustraciones. No pierdan energía así, en serio. Aprovechen la reapertura de los cines y vayan a ver películas. Por un par de horas sustituyan sus vidas pálidas con esas vidas de mentira cargadas de emociones y misterio. Les ayudará a drenar la bilis y con suerte volverán al ruedo como se les necesita: con empatía, con madurez, con ganas de construir no una burbuja llena de ‘contactos’, sino un país en el que quepamos todos. //

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