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Jaime Bedoya

Se repite y repite que estas elecciones no le importan a nadie. No es exacto. Lo que no nos importan son los candidatos.

Hay maneras posibles de revertir este desinterés. Los postulantes realmente capacitados para generar leyes son los menos. Ellos saben quienes son (ojalá nosotros también). Respecto a los demás, que son mayoría, habría que ser compasivos. Imaginarlos como bebés canguros huyendo de las llamas. Que en este caso avivan el fuego de su anonimato e intrascendencia.

Lo más fácil sería sincerar las competencias verdaderas de estos esforzados ciudadanos. A fin de cuenta lo único que quieren es servir a su patria mientras de paso cambian de carro, salen en la televisión y van por la ciudad con circulina. Habría que transmitirles un piadoso no son ustedes, somos nosotros.

Para implementar lo anterior sería necesario desechar el concepto tradicional del debate o la polémica. Ambos mecanismos de diálogo suponen el intercambio de ideas o el desarrollo de conceptos, elementos ajenos a la más pura esencia de estos ciudadanos urgidos de votos y compostura en igual medida. Vayamos al campo de la acción, del dinamismo, de la exhibición pública de impudicias y falta de sentido del ridículo. Para ello habría que dividir el ámbito de la campaña en tres eliminatorias básicas.

1. Degustación de alimentos: competencia en que los candidatos hacen gala de su falta de prudencia gastrointestinal y dotes de expresividad masticatoria a la hora de consumir alimentos ofrecidos por sus potenciales electores. Se valorará la sensualidad gestual, el disimulo de cólicos y ese intangible llamado el factor hmmmmmm. El plato de fondo, la verdadera prueba ácida, será un kilo de chicharrón. Por aquello del amor a la patria las muestras no serán sometidas a ningún control sanitario.

2. Danza Moderna: el reggaetón urbano con guiños al Joker del señor candidato Carlos Torres Caro ha elevado la valla a niveles superlativos. Pero igual es necesario darle un espacio para que los candidatos con aún mayores carencias sicomotoras exploren su cuerpo y transmitan sensaciones. Dados los sorprendentes precedentes el género y temática de este capítulo serán libres, dejando absolutamente abiertas las posibilidades para generar vergüenza ajena. Será permitido bailar acompañado de mascotas con trajes hecho de espuma. La única condición es que los disfrazados sean parientes del candidato y lo odien por someterlos a tal indignidad.

3. Mérito a la Vergüenza Ajena: este sería el premio de honor. Abarca todas las posibilidades del ridículo humano. Se favorecerá el auto sabotaje (ie: confesar que se quiere ser congresista para pagar deudas), la revelación mística (arrodillarse, convulsionar o dirigirse al Señor como gran elector suma puntos) y la proclividad a la insensatez pura y dura. Asimismo, la satanización de homosexuales, comunistas inadvertidos y gente de higiene sospechosa será interpretada como defensa activa de la familia y la decencia nacional.

El próximo congreso aún ni se instala pero ya empezó a cerrarse solo. Pensar que José de San Martín cruzó los Andes con cinco mil patriotas para que 200 años después se confundiera hacer el ridículo con el servicio público.

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