Mientras los políticos tardaban en
ponerse de acuerdo, la población
aprovechaba para salir e interactuar
con pasmosa normalidad. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Mientras los políticos tardaban en ponerse de acuerdo, la población aprovechaba para salir e interactuar con pasmosa normalidad. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Renato Cisneros

1. El viernes en que declararon el estado de alarma en Madrid tenía pensado jugar fútbol. La súbita medida frustró el partido, así que acabamos desfogando el malestar en la terraza de un bar. Éramos más de seis –número máximo de personas que pueden reunirse–, así que nos distribuimos en dos mesas. Algunos llevábamos mascarilla; otros, no. Intentamos hablar de cualquier cosa distinta de la pandemia, series, música, libros, pero bastó que alguien mencionara algo alusivo al virus para que comenzáramos a opinar sobre la curva de contagios; la confusión general a raíz de los mensajes contradictorios de las autoridades; las inoportunas protestas callejeras convocadas por la derecha radical. Aburridos del monotema, volvimos a asuntos más frívolos, pero para entonces ya eran las diez y media de la noche y el mesero nos trajo la cuenta recordándonos que los bares y restaurantes ahora cierran a las once. La otrora ciudad de la diversión interminable ya no llega viva a la medianoche. Fuck COVID.

Contenido Sugerido

Contenido GEC