Man Bok Park era ídolo popular en el Perú
Man Bok Park era ídolo popular en el Perú
/ EL COMERCIO
Mario Fernández

Dicen que el llanto es una forma de estar vivo. Han pasado 31 años de haber perdido en forma increíble una final olímpica de vóley en Seúl 88 ante la Unión Soviética y me parece que ha sido ayer cuando me acerqué ante el entrenador -que acaba dejarnos para siempre- y no le aprecié ningún rasgo de pena ni nada por el estilo, Ninguna lágrima.

-“¿Qué pasó Míster?”, le pregunté.

Por toda respuesta le escuché decir en su mal castellano:

-“Sigo sin comprender, sigo creyendo que aún estamos jugando y que todavía no hemos perdido”.

Casi enseguida y mientras veía llorar a la mayoría de los jugadoras tras recibir cada una de ellas su medalla de plata, atiné a decirle: “Hubiera sido muy bonito y de pleno orgullo para usted ganar una medalla de oro olímpica en su país Corea del Sur que lo vio nacer ¿no?”. Y –como se sintetizaba su apellido- apenitas esbozó una sonrisa para mover su rostro de arriba hacia abajo dos y tres veces, como asintiendo lo que le acababa de decir. Ninguna palabra más, ninguna lágrima y estaba vivo delante de los aficionados de todas las nacionalidades que presurosos pasaban delante del equipo peruano, aun sin comprender cómo estas muchachas peruanas quedaron a un tris de bañarse en oro y devolverlo en medallas a la tierra de los Incas.

Previo a esa gran final contra las soviéticas me lo encontré muy cerca de la Villa Olímpica. Dentro de lo poco que le saqué como declaraciones, se mostró muy seguro de ganarle al equipo del soviético Nikolai Karpol. “Las chicas han sabido sobreponerse hasta hoy, sacaron triunfos cuando todo era difícil y hay confianza que sigan esa senda aunque el rival tampoco es fácil”. Punto.

Hace un año, cuando se cumplió 30 años de aquella tarde escribí: “El arranque del 2-0 hizo soñar y el 2-3 posterior despertarnos de golpe. Ni siquiera los largos brazos de Gaby Pérez del Solar bastaron para tocar el cielo de la gloria esa tarde en el coliseo de Hanyang. Menos la rabia con que Cecilia Tait con su zurda rompía los bloqueos de Irina Smirnova y Valentina Ogienko; la manera como Denisse Fajardo, Rosa García y Natalia Málaga armonizaban tal juego que el accionar de las soviéticas resultaba empequeñecido a extremos que no parecía una final olímpica. Pero, luego lo fue. Gina Torrealva, la sexta jugadora, falló en el saque decisivo y todo se acabó. Pena inmensa porque ni todo el rescate del oro de Atahualpa hubiera servido para premiarlas”

Vuelvo al presente. Y Manbo no lloró esa vez ni nunca. Pienso hoy en ese hermoso poema de Mario Benedetti que dice: "Era ese llanto que sobreviene cuando uno se siente opacamente desgraciado. Cuando alguien se siente brillantemente desgraciado...”.

Las lágrimas ahora son nuestras. De quienes lo conocimos pero, sobre todo, de quienes lo admiramos. Descansa en paz, Manbo. Fueron más las sonrisas que la pena lo que nos regalaste.

MIRA EL ESPECIAL MULTIMEDIA DE SOMOS POR LOS 31 AÑOS DE LA MEDALLA DE SEÚL

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