"Como en toda relación, hay altibajos, conflictos, problemas". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal)
"Como en toda relación, hay altibajos, conflictos, problemas". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Luciana Olivares

Fue poco después de mi primer divorcio. No había aprendido a estar conmigo misma, esa es la verdad. Más que rehusarme a conocerme, aceptarme, escucharme, no sabía en realidad lo que eso significaba. Pensaba que la soledad se resolvía invitando siempre a alguien a ocupar tu casillero, con horror al vacío por no llenarlo, con la obsesión de ser siempre número par porque, de lo contrario, era una perdedora. La soledad era mi pesadilla con los ojos abiertos y también cuando los cerraba. Aún me recuerdo viviendo sola a los 21 años, pero no acostumbrándome del todo a tener como compañía el sonido del refrigerador y a estar dispuesta a aceptar a cambio algún ronquido incómodo con tal de sentirme acompañada.

Pero si estando despierta el miedo a la soledad me acechaba, en sueños era mi pesadilla recurrente. Esa sensación de abandono me visitaba intermitentemente en sueños. No eran necesariamente los mismos personajes pero sí la sensación de vacío, vértigo, que me obligaba a abrir los ojos e interrumpir el sueño para no seguir viéndome sola. Para alguien que siempre se ha jactado de disfrutar de su soledad y del silencio, tener como principal miedo el quedarse solo parecía una contradicción. Para alguien que tenía la fortaleza de desarrollar y defender tantas cosas, ansiar que alguien le hiciera en las noches manzanilla, como canta Gian Marco en una de sus canciones, parecía absurdo. Pero no lo era. Eso lo entendí después.

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Pero estaba recordando ese día, hace ya muchos años, en que sentí que toqué fondo con mi tristeza. Federico –con la sabiduría que le dio la vida– me sacó de los pelos de mi depa y me llevó a ver cómo caía el sol mientras tomaba mi mano, sentados en el malecón. Y lo que pensaba que sería esa escena cursi que no necesitaba, cambió de contexto cuando mi papá me recordó que todos los días puedes comenzar de nuevo.

Después de esa tarde pasaron muchas cosas, pero sobre todo una importante, Luciana: un amigo tuyo que es coach te presentó a quien debió ser el amor de tu vida, solo que tú no lo tenías tan claro. Te atreviste a conocer qué gatillaba su inestabilidad emocional (que escondía debajo de la cama, de la ropa cara o de ese carro último modelo que se compró para sentirse más llena). A preguntarle qué amaba u odiaba genuinamente, y no para congraciarse con alguien. Le recordaste que no tenía que encajar para ser amada, ni buscar la otra pieza del rompecabezas para estar completa. La vida misma es un hermoso y confuso rompecabezas y no hay que sufrir por no tener todas las piezas, sino entusiasmarse por la nueva pieza que conseguirás para seguir armando una nueva figura. Le enseñaste a no esperar a que la elijan para sentirse validada, reconocida, valiosa, porque la tasación de su valía no se puede encargar a otros. La acompañaste a descubrir lo delicioso que es poder elegir todos los días, el valor que esa libertad tiene y que hasta el sonido del frigider puede ser hermoso como compañía si lo decide así.

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Le tatuaste en la mente, además de la piel, que la estabilidad emocional es nuestra piedra angular como personas y que hay que defenderla con uñas y dientes, aprendiendo a reconocer lo tóxico y lo destructivo en nuestras vidas. Pero sobre todo, reconociste que ese primer amor de tu vida tienes que ser tú, porque si no te amas, te cuidas, te respetas, te eres fiel, te perdonas, te automotivas, te enciendes, te abrazas, te mimas, te retas, te defiendes, te empoderas, vas a pasarte la vida buscando que alguien más lo haga y siempre te sentirás incompleta.

Hoy, a pocos meses de cumplir 44 años, puedo decir que llevo una relación bastante estable conmigo misma. He aprendido que amarme no me hace egoísta, sino apta para darles amor sano a los que me rodean, sin buscar subsidios emocionales. Como en toda relación, hay altibajos, conflictos, problemas, pero tengo claro que estar peleado con uno mismo es el peor autosabotaje que puedes hacerte. El camino no ha sido fácil y sin duda para llegar a esta relación besé muchos pejesapos, pero el secreto fue darme cuenta oportunamente de que no tenía que esperar el beso de un príncipe para convertirme en princesa. Es tu fuerza interior la que te convierte en lo que tú quieras ser. Una vez que me elegí para poder pasar una relación bonita por el resto de mis días, pude estar lista para comprender que ser autosuficiente no significa no poder disfrutar que alguien quiera genuinamente hacerte una manzanilla e invitarte a descansar, calentita, antes de salir con fuerza al día siguiente a comerte un poquito más al mundo. //

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