Ilustración Luciana Olivares
Ilustración Luciana Olivares
Luciana Olivares

Estás en un concierto o en esa fiesta en la que están tocando tu canción favorita. Te empilas y hasta decides improvisar tus pasos de salsera que más parecen de bolero pero no importa; la estás pasando bien. De pronto, una voz irrumpe y corta la canción. Es el cantante, que no tiene mejor idea para ponerle más sabor al evento que soltar una predecible pregunta (y bien que te la sabes): “¿Quiénes cantan más alto, los hombres o las mujeres?”. Maldices un poco, estabas tan contenta al son de La bilirrubina y te la cortan con esta sandez. Te preguntas (en tu mente, claro, para no parecer loca): ¿Querrá este hombre descansar la voz o se quedó sin repertorio? De pronto notas que la pregunta hizo eco y el inoportuno preguntón ya tiene a toda la fiesta dividida entre mujeres y hombres que repiten enardecidos todo lo que el cantante les dice. Obvio, no quieres quedar antipática, entonces balbuceas un poco las frases siguiéndole la cuerda a la multitud hasta que miras –y sobre todo escuchas– a tu alrededor y te sientes dentro de una dinámica absurda, inacabable y en la que el premio por gritar más alto es solo quedarte afónica.

Esta muletilla en el mundo musical, casi tan popular como el infaltable ‘chim pum Callao’ –así estés en una fiesta en Chosica–, se ha vuelto una pregunta recurrente en foros más serios y con propósitos más profundos como la equidad de género. Me faltan los dedos de las manos para enumerar las veces que me han preguntado, en mi rol de ejecutiva, en alguna entrevista o panel, si las mujeres somos mejores que los hombres en algún tipo de capacidad o competencia. Esa es una pregunta que me molesta mucho más que la del inoportuno cantante, porque creo que lo último que necesitamos para tener una real equidad de género es provocar una competencia de género. Ese camino es facilista, demagogo y mediocre.

Desde mi punto de vista, nuestra equidad no está en demostrar que como mujeres somos iguales o mejores que un hombre, sino más bien en cuán diferentes y complementarias somos en un mundo en el que bailar solos no es solo triste sino innecesario. Camille Paglia, una de las feministas más controvertidas de nuestros tiempos, dijo alguna vez que sin la ayuda del hombre las mujeres seguiríamos viviendo en las cuevas. Leído así y sacando solo nuestro lado visceral y competitivo, pensaríamos que lo último que está siendo Camille es feminista, porque nos está dejando como un género débil. Pero para Paglia, quien basa sus teorías en argumentos históricos y científicos, esta frase políticamente cero correcta se refiere a la necesidad de la fuerza bruta del hombre en los inicios de la humanidad para desarrollar grandes estructuras. Luego hubo mujeres que crearon a partir de esas estructuras y las mejoraron.

Podrá gustarnos o no el comentario de Camille Paglia, pero soy una convencida de que en nuestra lucha por la equidad de género necesitamos mensajes incómodos pero que sumen y no frases populistas que dividan. La lucha por la equidad de género tiene que incorporar a los hombres como nuestros cómplices y no como los enemigos.

Volviendo a lo musical: creo en el cóncavo y convexo de Roberto Carlos, aunque suene romántico, y de hecho lo es. En este baile por la equidad de género, amigo de la fiesta, preguntar si los hombres o las mujeres no suma, porque este baile es de a dos. //

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