(Foto:Archivo)
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Carlos Galdós

Esta semana, una vez más, reafirmé Hay cosas que simplemente me sacan de mis casillas, me molestan, me perturban, como por ejemplo las presentaciones rimbombantes. Fui invitado a un ciclo de entrevistas a una universidad. Auditorio lleno; en el escenario, dos sillas, una para el entrevistador y otra para mí. Me explicaron primero que se trataba de un intercambio de ideas con otros dos personajes que los propios alumnos eligieron vía encuesta. La idea era contarles sobre nuestras vidas laborales.

Me encontré en el camerino con un actor y un periodista, ambos muy admirados por mí. En ese momento pasó por mi cabeza la siguiente pregunta: ¿qué diablos hago yo acá al lado de estos señores tan importantes? Fina cortesía de mi siempre fiel compañera la baja autoestima, pensé: bueno, los alumnos me han elegido seguro porque los hago reír. Y listo, decidí sentirme halagado. La idea de conversar en un escenario los tres y someternos a todas las interrogantes del auditorio me tenía más que emocionado. Grande fue mi sorpresa cuando invitaron al proscenio a los otros dos personajes, menos a mí. Acto seguido, se me acercó el organizador y me dijo: “Es que a ti te tenemos una sorpresa, los alumnos y el profesor que está haciendo de moderador queremos tenerte más tiempo a ti solo; a ellos les vamos a dar media hora y después viene una hora para ti solo”. No me hizo gracia. Ese no fue el acuerdo: a mí me invitaron a un conversatorio con dos personas más y no me hace sentir bien esa diferencia. “Es que contigo queremos hablar de tu lado humano, a propósito de tus historias en la revista Somos”. Peor aún: me comenzaron a sudar las manos. Hablar de mi lado humano. ¿Acaso tengo otro lado? En fin.

Durante muchos años las discusiones con mi representante, antes de salir a un show, eran porque me tenían que presentar antes de subir al escenario, cosa a la que yo me negaba y hasta ahora me niego rotundamente. ¿Por qué? Porque odio la grandilocuencia, porque los presentadores aman usar palabras como exitoso, gracioso, famoso. No conmigo, ojo, sino con cuanto artista presentan. Yo simplemente sueño con que digan mi nombre y listo, sin ningún rótulo. Eso, en vez de hacerme sentir bien, por el contrario me achica (los motivos y complejos que se activan son muchos y solo los conocemos mi psicoanalista y yo). Terminada la media hora con los invitados que me antecedieron, escuché al moderador decir una de las presentaciones más desagradables que me han hecho en toda mi vida: “Bueno, ha llegado el momento de presentarles al plato fuerte de esta noche. Está aquí porque ustedes lo pidieron, trabaja en la televisión, la radio, es escritor, cómico y por si fuera poco, tiene dos millones y medio de seguidores en todas sus redes. Con ustedes el exitoso, el gran...” y dijo mi nombre. La incomodidad en mi cara es algo que todavía no logro dominar. A mí se me nota cuando algo me jode y esa presentación no solo me jodió, sino que también me exacerbó, sacó lo peor de mí. “Primero quiero decirles que no soy ningún plato fuerte de nada. Segundo, que me parece una falta de respeto con los otros dos invitados –a quienes considero años luz más respetables que yo– el que les hayan asignado media hora y a mí una hora. Ese no fue el acuerdo y no me halaga. Tercero, si el principal motivo de mi presencia aquí es porque me vieron por la televisión, desde ya les digo que no me conocen nadita. Cuarto, no soy escritor, escribir una página a la semana en una revista, por más que sea la revista más leída del país, no me convierte en ‘escritor’. Quinto, me chupa un huevo tener más de dos millones y medio de seguidores en redes sociales; es más, odio la palabra ‘seguidores’. Y por último, no soy ni exitoso ni grande. Podría contarles ahorita mismo que estoy caminando por el desierto de mi vida y que me gusta”. Acto seguido, me dediqué a hablarles de mi tema favorito: fracasar te hace exitoso.

Dicho esto, les ruego por favor a los próximos presentadores de mis siguientes encuentros con el público que solo digan mi nombre. Lo demás no sirve, marea, droga, no aporta. Es mentira y, sobre todo, yo siento que me aleja cuando lo único que quiero es ser cercano.

Se agradece la comprensión. //

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