Eyvi Liset Ágreda Marchena
Eyvi Liset Ágreda Marchena
Nora Sugobono

22 años tiene tu hija. Tu hermana, la mía. Tu prima, tu vecina, la chica que te atiende en el banco o bloguea sobre moda; la que va a la universidad, la que es madre de familia, la novia, la emprendedora. La mujer que te cruzas en la calle todos los días. A los 22 años la vida comienza. El viernes 1 junio de 2018 la de Eyvi Ágreda se detuvo. 

Tras 38 días de padecimiento incalculable y una docena de operaciones para reparar piel y órganos internos afectados por quemaduras de tercer grado, la joven natural de Jaén (Cajamarca) falleció hoy en la sala de Cuidados Intensivos del hospital Guillermo Almenara. Ágreda murió a causa de una infección generada por la gravedad de sus heridas. La infección que se la llevó también se llama machismo y se está extendiendo por el Perú como una epidemia incontenible. La misma que ya se ha cobrado la vida de 32 mujeres solo en el primer trimestre de este año. 

A principios de mayo Eyvi había reaccionado. Quería volver a su casa. El dolor que le producían los procedimientos necesarios para reparar los tejidos afectados había hecho que los médicos decidan inducirla al sueño. ¿Con qué soñabas entonces, Eyvi? Quizá repasabas lo que habías hecho el día que fuiste atacada por Carlos Javier Hualpa Vacas, un ex compañero de trabajo que te acosaba desde hacía meses. Ya se lo habías dicho a tu hermana y a tu madre. Él buscó tener algo contigo cuatro años atrás, cuando coincidieron en un centro laboral, pero tú no quisiste. Por eso, el pasado 24 de abril te esperó en un paradero y subió al bus donde sabría que estarías. Te roció con gasolina que había metido en una botella de yogur y te prendió fuego delante de otros pasajeros. Luego, huyó por la puerta trasera del vehículo. El 60% de tu cuerpo resultó afectado por aquel brutal ataque. Luchaste hasta el final y hoy nos dejas. 

El designio es un pensamiento, un propósito. El de todos los peruanos debe ser que ninguna mujer vuelva a ser víctima de feminicidio en un país que está enfermo de cultura machista y que solo puede curarse con un antídoto: la educación.

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