Primeras consecuencias tras el escándalo: una encuesta de Reuters/Ipsos revela que más de la mitad de norteamericanos no confía en Facebook.
Primeras consecuencias tras el escándalo: una encuesta de Reuters/Ipsos revela que más de la mitad de norteamericanos no confía en Facebook.
Julio Hevia

Si a las aspiraciones sociales y al mantenimiento del estatus nos referimos, la discreción y el correspondiente autocontrol ante el auditorio ejercieron, durante buena parte del siglo XX, un dominio público indiscutible. En tal escenario brillaba la llamada ‘personalidad’, suerte de deidad a escala menor, especie de tótem al que debía rendirle culto cada persona. Las grandes personalidades tendían a ser, por cierto, aquellas que, vidas privadas al margen, se realizaban y reconocían en el terreno de la política, el de la ciencia o de las artes. Dotada de un aire de superioridad y tácita fortaleza, era encarnada por aquel que había hecho de su persona simple y llana un personaje destacable. Y así como la personalidad cristalizó como producto de una época, luego tenemos que hasta los mismos productos, no en vano ofrecidos al público, han de estar dotados de personalidad.

Pero allí donde hubo héroes, la modernidad cinematográfica y literaria debió engendrar sus propios antihéroes, errantes por necesidad, fugitivos e inestables y, en consecuencia, ajenos a todo compromiso. Con el paso del tiempo hemos caído en la cuenta de que estos eran los vengadores anónimos del anonimato, figurantes encargados de demostrar que, a falta de rasgos notables, se puede ganar, de distintos modos, la ansiada notoriedad: el reality show confirma, en su banalidad, dicha tendencia. Así mismo, la puesta en cuestión de la autoridad adulta y cierta descomposición de la familia nuclear hicieron lo suyo de cara a este nuevo orden de cosas, recuérdese que desde los 60, mientras criticaban las incoherencias de sus padres, los jóvenes fueron demandando y compartiendo un lugar en la historia. Esa suerte de reacomodo telúrico de los valores de antaño ha permitido cuestionar también, desde la problemática del género, la sospechosa paradoja por la cual un hombre público se hizo sinónimo de sujeto respetable mientras que la mujer pública no pasaba de ser el cuerpo utilizable primero y la materia desdeñable después. 

Nuevos repartos son pues, en definitiva, los que surcan nuestra atmósfera contemporánea; algunos conectan con el imperio de las pasiones, el reino de lo emocional y las necesidades de sensibilizarse ante las diferencias. Otros expertos se interesan en recoger los impactos más estrechamente ligados a la tecnología y someter a análisis las fervorosas adhesiones que ella propicia. Para tales estudiosos los estilos imperantes exigen que la vida íntima deba ventilarse por doquier, pues no hay trauma que resista al carácter elástico de las redes virtuales y su tácita receptividad. La ansiada movilidad espacial con que soñaban las clases medias de otras épocas y la ocupación de terrenos privilegiados por las élites encuentran variadas e imaginarias maneras de compensarse en la pantalla. El face-to-face de otras décadas se desliza hacia un todoterreno; la brecha generacional de ayer se ve relevada por la mutua indiferencia que los variados dispositivos electrónicos propician. No es gratuito que el Asperger esté especialmente dotado para la requerida conexión a distancia. 

Paula Sibilia, dando cuenta de la geométrica expansión de los usos y abusos actuales provocados por la computadora, postula que todo usuario anhela presentarse en simultáneo como actor, autor y narrador de cada una de las peripecias que comunica al instante, en el afán de tornarlas comunes. Todas las flaquezas anímicas de otrora y sus fantasmas itinerantes han de ser volcados vía un alud de intercambios caracterizados por la brevedad, mensajes que precisan ser concisos y apretados para poder reemplazarse y renovarse continuamente. Compartir y repartir tal data, no lo olvidemos, supone enriquecer el ránking portátil que los likes proporcionan: suerte de ‘egotecnocentrismo’ que se contrae y dilata a la velocidad del rayo. 

En vez de trazar fronteras por doquier entre lo público y lo privado, oponer esencias y apariencias o abismar los secretos de las revelaciones, hay quienes nos recuerdan que el individuo y la masa o el interior y el exterior son, al fin y al cabo, caras de una misma moneda, en la misma medida que el internauta aislado se cuenta como una pieza del rompecabezas que la tan mentada globalización pone en juego. Al recuperar la dualidad en la esfera del propio sujeto, Goffman proponía un enfoque más fino, él sostuvo que, en vez de uno, somos dos: el que llegamos a ser y el que aspiramos a ser. De allí que el mismo cibernauta que procura figuración en la red es virtualmente enredado por otros cibernautas que, sistemáticos e infatigables, lanzan sus anzuelos con similar aspiración. No puede negarse entonces la fascinación despertada por las nuevas tecnologías, tampoco el hecho de que las prácticas implementadas hayan ampliado su rango y multiplicado la frecuencia e intensidad de su ocurrencia. En medio de tal mutación de códigos se ratifican, sin embargo, las dependencias y adicciones a las que la humanidad tiende, solo que ahora están dotadas de otros ropajes. 

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