Jaime Bedoya

Pocos alimentos creados por el hombre han de ser tan nobles como la gelatina. Producto residual del hervor de huesos y pezuñas de diversos animales, el colágeno resultante -aún a pesar de ser insípido e incoloro- es magnífica fuente de proteínas. Cuando es debidamente coloreado y ornamentado con los diversos monigotes afectos a la infancia, constituye un manjar insustituible a favor de la felicidad infantil. Viva la gelatina.

Dicho esto, constituye una doble afrenta, tanto para el mencionado alimento como para el aludido, cuando al ex ministro de Cultura Francesco Petrozzi se le pretende imponer el apodo de “gelatina sin pírex.” (1)

Queremos creer que dicha alusión obedece a una de las virtudes más celebradas de la gelatina, su naturaleza termorreversible. Esto quiere decir que la sustancia se acomoda convenientemente a la temperatura que lo rodea adoptando el estado líquido o gelatinoso según la ocasión. Que es más o menos una descripción de la movediza militancia política del señor Petrozzi.

Pero esto es menudencia. Donde con mayor esplendor demuestre el susodicho esta virtud no es en la ajetreada lid política. Es en el mundo del arte. Y por arte no nos referimos a las muy respetables cumbres del bel canto, altitudes en las que el referido ha paseado su talento sobre escenarios de Praga, Tokio, Berlín, Frankfurt, Zurich, Toronto, Viena y Munich.

Nos referimos al arte en su versión más democrática, inclusiva y facilonga, esa prima hermana negada de la cultura oficial llamada farándula. Género termorreversible a forro.

Si hay dos personas a quien Petrozzi le está agradecido son a quienes formaron su perfil de artista popular, los señores Oswaldo Cattone y el inmortal Augusto Ferrando. El primero le dio su primera oportunidad remunerada en Annie, año 1987. El segundo lo adoptó como el embajador de la lírica al servicio de la desdentada pero feliz audiencia de Trampolín a la Fama. Petrozzi en su doble dimensión de actor/tenor se hizo así hijo del pueblo.

Su paso por la televisión peruana, esa matriz inagotable de personajes indescriptibles, no pudo ser más rutilante, por usar un adjetivo caro al rubro. En un título que resume la quintaesencia petrozziana su primer programa se llamó ¡Qué tal Francesco!. Era un varieté de entrevistas y eventuales virtuosismos líricos del conductor ofrecido al telespectador en un horario, por lo difícil, solo comparable al de la santa misa: domingos a las 13 horas, hora digestiva por excelencia.

Su consagración vendría luego, nada es casualidad, a través de la señal de canal 7. El programa ahora se llamaría Noche de miércoles, título que sus críticos tomaron literalmente. Pero la audiencia no. Petrozzi elevaba el rating del canal estatal hasta rozar los 9 puntos, tras lo cual descendía a su nivel normal de un dígito. Se trataba de una versión mejorada del anterior, acaso más pícaro, y ahora asistido por un equipo de producción de 24 personas. Dos equipos de fútbol para hacer esa joya televisiva. Valió la pena: Petrozzi ganó la versión andina y anémica del Oscar, el CIRCE, durante tres años consecutivos.

Su mejor muestra de gratitud a la vida (superó un cáncer a los 30 años) y a sus seguidores de esta faceta suya como el tenor de las masas, ha de ser el elepé que grabó en el año 2002, el quinto en su producción discográfica. En sus propias palabras, fue un disco “producto de la nostalgia de su inolvidable paso por la televisión peruana”. El título de esta colección de veinte temas no pudo ser más honesto y preocupante: Lo mejor de Francesco Petrozzi.

Nos atrevemos a aseverar que la cumbre de esta producción radica en una alegre cumbia con toques del Noa Noa de Juan Gabriel. Su título, Camitas Separadas:

No hace falta que me digas lo que quieres

Me di cuenta en la noche de la boda

Pues tu amigo te jalaba de las faldas

Manoseando tu blanco traje de novia

Pero ahorita me apuñala una idea

Como todo ya no sirve para nada

Es mejor que separarnos vivir juntos

Pero durmiendo en camitas separadas

¡Camas separadas! ¡camas separadas! ¡camas separadas!

Al separar las camas se separa el cuerpo se separa el alma

Dicha letra es inmejorable manera de retratar alegóricamente la situación que en estos momentos vive el señor Petrozzi respecto a su jefe inmediato el presidente Vizcarra.

Oscar Wilde tenía razón: la naturaleza imita al arte. Aplausos y mutis por el foro, tenor.//

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(1) Fina autoría de Rafo León, de la que ahora ofrece versión castiza: “flan sin molde”.



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