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1. Hoy debutaré en una liga de fútbol amateur. Estoy nervioso, emocionado. No se trata de una de las amistosas pichangas de los viernes. Esto es serio, habrá arbitraje, puntos en disputa, tensión, gritos, pierna fuerte. Si ganamos, tendremos chance de acceder a la división superior. Si no, entraremos en zona de riesgo.
Rumbo al metro pienso que he tenido mucha suerte en ser convocado a tan poco de cumplir cuarentaicinco años. Los Popes del Hawái –ese es el nombre del equipo– pudieron reclutar a un elemento más joven; sin embargo, optaron por mí, así que para no defraudarlos espero rejuvenecer en la cancha y volver a ser, siquiera por unos minutos, el quimboso volante que una década atrás amagaba rivales y resistía puntapiés en su afán por llegar al área contraria.
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Para estimularme pienso en jugadores cuya veteranía nunca fue obstáculo para lucir su talento. No hablo de superdotados como Romario o Rivaldo, que se retiraron pasados los cuarenta, sino de casos más asequibles como el colombiano Antony de Ávila, que jugó como profesional hasta los cuarentaisiete años, o el propio Germán Carty, el ‘Avestruz’, que también colgó los chimpunes a esa edad. Por no mencionar a Kazuyoshi Miura, el futbolista japonés que inspiró al Oliver Atom de Supercampeones y sigue en actividad, canoso, pausado, a sus venerables cincuentaitrés años.
2. Mientras bajo las escaleras de la estación evoco campeonatos del pasado: un flashback que intercala luces y sombras. Viene a mi mente el campeonato de la Parroquia Nuestra Señora del Consuelo, en Monterrico, donde formé equipo con mis amigos del barrio a inicios de los noventa. Nos llamábamos Berlín. Qué jóvenes éramos y qué mal jugábamos. O tal vez no éramos malos, sino tan solo primerizos con miedo escénico y por eso los insultos que llovían desde lo alto de la única tribuna nos paralizaron. Jugamos un único partido y fue suficiente. Perdimos 5-1. Hasta el día de hoy, en los reblandecidos reencuentros por Zoom, no falta el etílico momento en que cada quien se adjudica la autoría de ese solitario tanto.
También recordé el torneo del seminario Santo Toribio, donde mi equipo, Milanesa FC, integrado por laicos viciosos y confundidos, enfrentó al entonces campeón vigente, Los Últimos Cristianos. Fue otro debut y despedida. Nos ganaron por un inapelable 4-0 haciendo gala de rapidez y malas artes (cuando de meter patada se trataba, los cristianos no creían en nadie). No es un dato menor mencionar que fuimos avisados del cotejo a último minuto, viéndonos obligados a jugar como estábamos, con jeans, top-sider y Caterpillar.
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Luego vendrían los venturosos años de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima, en cuya ‘Bundesliga’ intervine en diversos equipos (Santa Maradona, Dextre, La Academia, Tu Vieja). Salí campeón en dos ocasiones, anoté el gol del triunfo en una final, saboreé por fin la gloria esquiva y hasta levanté un trofeo mientras sonaba de fondo la canción de Queen. Confío en repetir una escena similar con el Hawái al final de esta temporada.
3. Son las ocho de la noche y voy por el tercer desinflamante: mi tobillo izquierdo ha cobrado el tamaño de un mango. Pensé aportar la cuota de maña y lectura de juego adquirida a lo largo de décadas, pero los rivales de turno, El Búho, resultaron más agresivos de lo imaginado. Convertí el primer tanto del equipo, pero al final perdimos 5-4 y ya se sabe que las derrotas colectivas, por muy apretadas que sean, deslucen cualquier mérito individual. Sofocado por la mascarilla, sin oxígeno para luchar las pelotas divididas, con pálidas pinceladas del juego ratonero que solía ser mi patente, no fue extraño que me sustituyeran por Javi, jugador con más resto físico. Antes de ser cambiado choqué con un espigado defensor enemigo y me retiré del campo rengueando. Y aquí estoy: aplicándome compresas en la pierna, tomando sopa de sobre, viendo capítulos de The Crown pero con la cabeza aún en el partido, preguntándome si ha llegado el momento del retiro definitivo o si debo persistir siguiendo el mandato de Beckett: “Prueba otra vez, fracasa otra vez, pero fracasa mejor”. //