"En 2021 un primer ministro filo senderista, misógino y homofóbico sigue en su cargo validado por congresistas a quienes les resulta provechoso dedicarse al té de tías con él". (Foto: Difusión)
"En 2021 un primer ministro filo senderista, misógino y homofóbico sigue en su cargo validado por congresistas a quienes les resulta provechoso dedicarse al té de tías con él". (Foto: Difusión)
Jaime Bedoya

Delineando un perfil entre pipiléptico faltoso y orgulloso simpatizante terrorista, el pasado digital del primer ministro reaparece para perseguirlo. Su filo senderismo y misoginia generan un huracán de indignación. Pero este desfavorable revolcón nostálgico no le despeina ni un pelirrojo pelo. Con él no es.

Por el contrario, la ocasión le brinda una óptima oportunidad para desplegar una de las cuestionables habilidades que le adornan. Que es la misma que le permitió un rápido ascenso y le auguran un futuro en ese ecosistema bobo y poco esclarecido como es el de nuestra política: su cinismo cachoso y turbio.

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El alcohol y el poder tienen efectos análogos en las personas: revelan la esencia de quien los detenta. Así como el borracho decente no friega, el poderoso juicioso no se transforma en un monstruo. La ingesta y digestión de ambos elementos son una prueba ácida de la verdadera personalidad, la que se oculta.

La permanente auto exhibición en las redes sociales simula estar borracho y ser poderoso a la vez. Es una ilusión óptica digital que hace creer que se puede controlar la imagen que los demás tienen de uno.

Esa aspiración parapetada detrás de retratos posados y pujantes comentarios revela más nuestras cojeras que el juicio ajeno. Y lo hace a través de ciertas pretensiones que casi siempre son materia de vergüenza ajena. El famoso comer chancho y eructar pavo, menú digital del influencer.

El ciudadano Guido Bellido, antes de ser peligrosamente pintoresco y ojalá breve primer ministro del Perú, parecía estar muy interesado en proyectar al mundo virtual lo que consideraba sus tres más grandes aportes a la humanidad: a saber, su necesidad de dejarse ver rodeado de mujeres que denigraba en comentarios chuscos, su obsesión por injuriar a los homosexuales, y su rendida admiración por el movimiento subversivo y sus protagonistas vivos y muertos, asesinos todos.

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Algunos ejemplos. En el 2011, en una foto acompañado de una desafortunada joven en el lugar y con la persona equivocadas, posando bajo una de las piletas del circuito mágico del agua, el actual primer ministro escribió:

- ESA CHICA ESTA MOJADITA…AYAYAY

Antes de abandonar el barco que naufraga, la señora Verónica Mendoza -cuya participación fue decisiva para evitar la salida del señor Bellido – podría tomarse una molestia feminista para beneficio de todos y todas: interpretar el significado profundo del AYAYAYAY de su protegido.

Otro de sus posteos ya tristemente célebres es aquél en que cita una frase homofóbica de Fidel Castro: La revolución no necesita de peluqueros.

Al margen de las teorías que señalan que detrás de una fobia solo hay miedo a reconocerse, posiblemente sería una pérdida de tiempo intentar explicarle que no le llega ni al taco al señor Koky Belaúnde del Perú, peluquero, emprendedor y colorido patriota por gracia de Dios.

Los homenajes a Edith Lagos, la adhesión a citas de Abimael, y la serie de poses frente a imaginería senderista son propios de una confesión sincera que solo los más necios no sabrían leer. Aquí aparecen los congresistas.

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Fue con el voto de congresistas de Acción Popular y de Alianza para el Progreso que al gabinete de un premier confesamente tóxico se le dio la confianza. Esa política pusilánime es la que propicia la reencarnación del senderismo.

En 1945 un ministro de Agricultura honesto que no sabía cuál era el precio de los pallares de Ica se vio forzado a renunciar ante el congreso. En 2021 un primer ministro filo senderista, misógino y homofóbico sigue en su cargo validado por congresistas a quienes les resulta provechoso dedicarse al té de tías con él.

Pásenle la manty, honorables mequetrefes.

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