"Tras recorrer la zona, solo quedaba tomarse la foto de rigor.  Eso sí, mantuve la mascarilla en su lugar: no fuera a vérseme la sonrisa". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Tras recorrer la zona, solo quedaba tomarse la foto de rigor. Eso sí, mantuve la mascarilla en su lugar: no fuera a vérseme la sonrisa". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Víctor Aguilar)
Renato Cisneros

Ocho de la noche de un sábado de febrero. Tomo un taxi en las afueras de Trujillo junto a dos amigos, veinte minutos después llegamos al sector Santa Rosa de la Panamericana. Hemos venido a ver el famoso Huaco de la Fertilidad, la pieza erótica de más de tres metros de altura cuya figura central ostenta un miembro viril de tan prominente rigidez que se ha convertido, a decir de ciertos lugareños, en el nuevo y quizá más auténtico símbolo de lo que antiguamente las bases apristas solían llamar “el sólido Norte”.

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Esta versión gigantesca de una conocida cerámica prehispánica de la cultura Moche fue mandada a colocar aquí el último día del 2021 por el alcalde del distrito homónimo, Arturo Fernández. La zona, que no era más que un conjunto de páramos sin mayor gracia, de inmediato comenzó a atraer a curiosos y turistas, robándole protagonismo al complejo vecino de las huacas del Sol y de la Luna. Junto con la popularidad, sin embargo, llegó la controversia, pues a algunos padres de familia les pareció que la explícita desnudez del huaco, o acaso la firmeza de su erección, no era digno espectáculo para sus hijos. Tampoco faltaron académicos que, en lugar de aprovechar con fines didácticos el creciente interés por la escultura, se apresuraron en denigrarla, tachándola de huachafa.

Esas polémicas, claro, no hicieron sino incrementar el atractivo del huaco, aunque también la hostilidad contra él, pues al poco tiempo fue quiñado, luego vandalizado y finalmente quemado con gasolina y bombas molotov. Hasta ahora se desconoce si los ataques fueron perpetrados por vulgares hampones, fanáticos ultraconservadores o esbirros políticos de los enemigos del acalde Fernández; lo cierto es que a partir de aquellos actos salvajes, y ya con el huaco original suplantado por uno todavía más grande, este lugar pasó a convertirse en parada obligatoria, además de dinámico circuito de recreo y comercio.

El día que llegamos lo primero que llamó nuestra atención fue un alto cartel con un mismo saludo, “Bienvenidos”, escrito en once lenguas, desde la milenaria muchik hasta el árabe, ruso y japonés. Lo siguiente fue la exagerada presencia de banderas de países extranjeros, alineadas en número similar al que podría encontrarse en cualquier dependencia de la ONU. Ambos signos indican la inequívoca ambición del huaco –o más bien del alcalde– por colocarse en la mira del mundo.

Mientras decenas de personas formaban una respetable cola para fotografiarse junto al monumento, aprovechamos para reconocer las inmediaciones: nos perdimos en el atronador laberinto de unos juegos mecánicos potentemente iluminados con neón; nos sentamos al pie de una de las veinte carretillas que ofrecen papas rellenas, ‘broster’ con chaufa, salchipollo achorado, chicharrones de chancho, picarones, mazamorra y chicha de jora a módico precio; y por último acudimos a los muy concurridos puestos de souvenirs: ahí adquirí una camiseta del huaco con una leyenda que dice “no estaba muerto, andaba de parranda”; mis amigos, con inquebrantable entusiasmo, compraron vasijas con distintivos moches y una boquilla alargada en forma de pene.

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Todos hablaban de la próxima llegada de los nuevos huacos eróticos prometidos por el alcalde. Tres de ellos fueron instalados precisamente a inicios de esta semana: una inmensa mujer en cuya enorme vagina los turistas se toman selfies; una pareja desnuda, ojiabierta, con el varón encaramado sobre la mujer; y un hombre calato que, boca arriba y con el sexo desfallecido, descansa sobre una gran vasija.

Tras recorrer la zona, solo quedaba tomarse la foto de rigor. Llegado el momento, y dado el apuro de quienes esperaban su turno, no hubo tiempo para estudiar una mejor pose. En la base del huaco, justo al pie de los testículos rojos como ciruelas, había un lugar para sentarse, pero preferí permanecer de pie y abrazar al falo con un nervioso gesto de camaradería. Eso sí, mantuve la mascarilla en su lugar: no fuera a vérseme la sonrisa. //

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