María Fernanda Reyes acaba de ganar una medalla en un jornada histórica para el deporte peruano.
María Fernanda Reyes acaba de ganar una medalla en un jornada histórica para el deporte peruano.
Jaime Bedoya

ACTUALIZACIÓN: Oportuna comunicación de Gonzalo Gulman, vicepresidente del Club Pacífico Sur, informa que María Fernanda Reyes – así como Benoit 'Piccolo' Clemente- ya son socios honorarios del Club. Estupenda iniciativa privada.

Makaha es la playa benigna y confiable para el aprendiz de correr olas. Pero no es ajena al riesgo. Piedras aparentemente amables, de una redondez resultado del efecto de millones de olas que mueren al tocar tierra firme, cubren su orilla. Cuando una de estas te golpea la canilla en trance de entrar al mar, obligatorio peaje natural, la más inocua piedra tiene la virtud de convertirse en una verdadera hija de puta.

Makaha es la playa de los perros, que es como se les llama a los principiantes sobre una tabla. El nombre debe tener algo que ver con el estilo de natación canino, improvisado y voluntarioso, propio de quien está fuera de su hábitat natural.

Pero, así como se comienza por Makaha, se termina por Makaha. Varios metros más de donde termina el espigón, en un punto oscilante según el capricho del viento y el temperamento de la sal marina, se ubica la reventazón de Makaha.

La ola de la reventazón es dulce, lenta y benevolente. Por eso convoca a veteranos y citadinos ociosos con poca disponibilidad para el esfuerzo que supone ir tras olas más perfectas, más lejanas, más cool y frecuentadas. Desde ella se ve a los novatos descubriendo los mejores momentos de su vida. De vez en cuando, en los días en que el mar está chico, alguno de estos principiantes llega triunfante a los linderos de la reventazón. Resplandecen con luz propia esa primera vez que se sienten en mar abierto, salvaje e inexplorado. A esa reventazón un día de hace varios llegó María Fernanda —Mafer—, la hija de Charito, sobre una tabla prestada.

Charito era la parlanchina y amiguera señora que vendía raspadillas en la orilla de Makaha, frente al Club Terrazas*. Su extroversión y alegría eran diferenciales claves en el éxito de su negocio.

Charito conocía a todos en la playa, a los buenos, a los malos, a los raros, observando los códigos de una comunidad marina honrada y solidaria. Mafer, su hija mayor, miraba las piedras y miraba el océano como si fueran juguetes, hasta que entró al agua en busca de ese bien hasta entonces ajeno, la ola. La recuerdo sonriendo sobre su tabla haciendo ese saludo obligado de quienes se encuentran en medio de un naufragio voluntario.

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Makaha es un nombre hawaiano que significa ‘salvaje’. Es el nombre de una de las playas de la isla norteamericana que Carlos Dogny conoció en los años cuarenta. De Hawái llegó al Perú por barco trayendo uno de esos tablones primigenios de cuatro metros de largo y 80 kilos de peso. En carro con chofer y asistido por valet, bajó a la entonces silvestre costa de Lima en busca de olas. A una de esas playas donde pudo concretar por vez primera el deslizamiento sobre ola peruana le puso el nombre de las que había conocido en Hawái, Makaha.

Mafer, ya señorita, tablista y medallista panamericana, muestra en su Instagram cómo ahora corre olas en Biarritz, Puerto Rico o Malibú compitiendo en el circuito mundial de longboard. Se me ocurre que prefiere el tablón por la feliz influencia del estado de ánimo retro y canónico de la reventazón.

El origen de la tabla peruana, focalizado en la Costa Verde, cuando esta aún no se llamaba así, fue aristocrático y de página social, cuando los más regios de Lima caminaban sobre el agua. Que ahora la princesa de Makaha sea la hija de la raspadillera y recorra las olas en la versión moderna de esos tablones que en Hawái eran patrimonio de la realeza tiene de justicia poética como de sabiduría marina: el mar no es de nadie, solo acepta servidumbre o fluidez.

* A propósito, ¿qué espera el Club Terrazas, el Waikiki o
el Pacífico Sur para nombrar a María Fernanda Reyes
socia honoraria?

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