Una locura cordura, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Una locura cordura, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

Mi tía Eldita es de las señoras que viven prisioneras dentro de su propia casa; es decir, sin ninguna libertad. Sus alcaides son sus propias trabajadoras o empleadas, como ella las llama. Jamás habla de temas familiares frente a ellas, nunca las deja solas, la refrigeradora, el teléfono y todos los cuartos están con llave y las frutas están muy bien contabilizadas: hay una por cada día de la semana y pobre de ellas que les dé apetito y decidan comer un plátano extra. Se los descuenta de su sueldo. La terma se enciende únicamente media hora antes de bañarse. Perdón, antes de que se bañe mi tía, pues Paulina tendrá que usar agua fría, así sea invierno. Las luces se apagan a las 9 de la noche y eso incluye también el cuarto de servicio. Si Pauli, como cariñosamente le decimos todos en la familia, decidiera leer o hacer algo con las luces encendidas de su cuarto, inmediatamente mi tía Eldita bajará la cuchilla de la llave de luz general y se acabó. Si te llaman por teléfono a su casa, ella siempre preguntará, con su antipática voz: “¿De parte de quién?”. Si te quedas a dormir, habrá horas de salida y de entrada porque su casa no es un hotel; y cuando te encierres en el baño por más de 10 minutos, te tocará la puerta para apurarte porque ella no concibe que en el baño uno se demore más tiempo del que ella estima necesario. La casa de mi tía se convirtió para todos nosotros (sus sobrinos) en la residencia de castigo a donde nos mandaban nuestros padres en la adolescencia. O como ella prefería decir, en “un lugar donde se enderezaban los malos hábitos”. “Si tu hijo se porta mal, tráemelo un mes a vivir conmigo y vas a ver cómo te lo entrego”. 

Por obvias razones, mi tía Elda no se casó nunca y es dentro de mi familia el ser más insoportable que hay, pero nadie le dice nada. Simplemente está ahí y listo. Cuando hace o dice algo que a los demás nos molesta, automáticamente aparece la frase “ya sabes cómo es tu tía” y, como por arte de magia, toda emoción negativa desaparece.  

Hace dos meses aproximadamente mi tía tuvo un primer episodio de demencia senil. Salió a la calle en calzón y sostén con una bata encima y su clásica cartera en el brazo izquierdo diciendo que se iba a trabajar. Dolorosísimo para nosotros, a pesar de no ser tan querida. Por esas cosas del destino, comenzó a llamarme todos los días a las 3 de la madrugada para preguntarme cuándo regreso de viaje y se me parte el corazón de pena y, sobre todo, culpa. Resulta que cuando mi mamá me mandó castigado a vivir a su casa, yo tenía 16 años y al tercer día simplemente me mandé a mudar diciéndole que me iba de viaje y nunca más aparecí. Viendo lo que está ocurriendo y con muy pocas ganas y posibilidades de que algún miembro de mi familia se inmole y vaya a vivir con ella para cuidarla, Carla y yo conversamos la posibilidad de adoptarla en nuestra casa y estamos, por decir lo menos, sorprendidos. 

Los días comienzan a las 5 de la mañana con su dulce voz cantando tangos, luego baja impecablemente vestida, maquillada y siempre con su cartera bajo el brazo, a conversar con el sereno y los guachimanes de la cuadra. A golpe de 7 aparece en la cocina de mi casa riéndose con Amanda, Greta y Mary. A Luca y Camile (mis hijos bebitos) les cuenta la misma historia del gobierno de Velasco y la reforma agraria y, como si fuera poco, le encanta bañarse y depositarse en el baño horas de horas y con la puerta abierta y las luces encendidas. Me espera despierta todas las noches y me quiere dar siempre un beso en la boca diciéndome “dónde has estado, Raúl, que te he extrañado, vamos a la cama”. Y, por último, no sé de dónde ha aparecido un dildo de látex en su mesa de noche, al que le reza todas las noches junto a su estampita de la Virgen de Guadalupe.  

De más está decirles que esta versión de mi tía es la que más me gusta y cuando más loca está, más cuerda la encuentro yo, y así es como me habría gustado que fuera siempre.  

No estás loca, tía Eldita, es solo que recién estás viviendo. //

Esta columna fue publicada el 01 de setiembre del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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