Renato Cisneros: lo que piensa de la paternidad, el matrimonio y la soltería.
Renato Cisneros: lo que piensa de la paternidad, el matrimonio y la soltería.
Renato Cisneros

Soy un hombre que creció en un país machista. Que se hizo adulto aceptando la idea de que las mujeres no podían hacer el trabajo de los hombres. Que pasó muchas horas viendo en la televisión programas donde las mujeres eran casi siempre modelos y donde muchas veces se las exponía a un maltrato claramente sexista. Durante muchos años nadie cuestionó nada de eso.

Hace poco, navegando en YouTube, encontré una remembranza de Fantástico, show que a inicios de los 90 transmitía Canal 5 y que, en términos generales, tenía reputación de programa suave, amable, cool, familiar, lo que suele llamarse ‘televisión blanca’. Pues bien, además de El Potro Salvaje y La Ballesta, quizá los concursos más recordados, Fantástico presentaba otras competiciones que hoy serían inadmisibles: una de ellas consistía en hacer pulseadas con un muñeco electrónico parecido a Mario Baracus; se llamaba Gánale al Negro (¿?); en otra, denominada Las Saltarinas, dos participantes convenientemente ataviadas con minifalda eran ubicadas sobre una colchoneta, dándole la espalda al público y la pantalla, para brincar y colocar argollas en unos palitroques mientras todo el Perú las miraba desde abajo y el conductor hacía comentarios agresivos que por supuesto nadie frenaba.

Repasando ahora esos videos me pregunto: ¿cómo pudimos ver todo aquello sin darnos cuenta de lo machista que resultaba? En los últimos años, más precisamente desde que irrumpió por todas partes la lucha necesaria por la igualdad de género, he tratado de erradicar la tara del machismo con éxito dispar, sufriendo recaídas, pero buscando sinceramente despojarme de los rezagos patriarcales que me fueron implantados en la infancia y adolescencia y que en adelante, como tantos hombres, he replicado con impunidad.

El destino quiso que me convirtiera en padre de una niña. Mi esposa recibió la noticia con algarabía; yo, con cautela. Tuve pavor, me superó la responsabilidad. No me refiero únicamente al hecho mismo de la paternidad –que sí, revolvió todo mi centro–, sino a la misión que sentí tener de pronto entre las manos: acompañar a esa niña a encontrar su lugar en un mundo maravilloso pero que, ahora lo veo, está básicamente dañado: un daño al que, por cierto, yo y muchos hemos contribuido.

Recién comenzamos a educar a nuestra hija, pero percibo que ser padre de una mujer es una gran oportunidad para cambiar el lente de aproximación a la realidad que nos circunda. Uno cree que forma a los hijos, pero son ellos los que a la larga nos dan forma, mejor dicho, nos reforman. Quizá Julieta, que no ha cumplido todavía dos años pero que ya empieza a mostrar un carácter, una voz, una forma de ser, me ayude a entender más y mejor la vulnerabilidad de la mujer, y me incite a pelear para que el virus del machismo sea erradicado de una vez por todas.

Escribir y publicar un libro sobre todas estas cosas ha sido muy difícil, pero uno de sus efectos más reconfortantes es haber conocido en las últimas semanas a otros hombres de mi edad que también son padres de niñas pequeñas y se plantean las mismas preguntas. Son hombres que tuvieron padres distantes, herméticos o simplemente ausentes; que crecieron viendo sin asombro esos mismos programas de televisión que hoy resultan bochornosos; que quieren recuperarse del machismo crónico que padecen; y que, con la complicidad de sus parejas, se involucran en la crianza de sus hijas de un modo significativo, quizá porque también piensan o sienten que ellas, de alguna forma, los pueden salvar, los pueden rescatar.

Muchos de esos hombres trabajan en blogs, canales de YouTube, páginas de Facebook, cuentas de Instagram y demás plataformas y han agregado a su motivación un nuevo y poderoso objetivo: derribar estereotipos, hablar de su fragilidad, sus miedos, sus fallas de origen, de lo hermoso, lo difícil, lo retador que es ser padre de una mujer en estos tiempos; y de lo mucho que podemos hacer por la igualdad desde una posición que, por fin comenzamos a entenderlo, siempre ha sido de privilegio. //

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