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Luis Miguel en Lima. (Foto: Lino Chipana/ El Comercio)

No son pocos los que creen que soy la ‘Carlota’ de la redacción de El Comercio. La premisa tiene todo el asidero del mundo. Es así. Por ello, no esperen que esta sea una reseña imparcial del concierto que anoche dio en el Perú. Este no es el relato. Busque, mejor, otras noticias más importantes ahora– en serio, tenemos nuevo gabinete-. Pero si está atorado en el tráfico, esperando que empiece esa reunión de trabajo o recoger a los ‘critters’ del colegio, haciendo tiempo, proceda. Prometo, empero, dar cuenta de lo que no me gustó.

Aunque, de eso, no va a encontrar mucho en las próximas líneas.

He ido a cuatro conciertos previos aquí en Lima (1996, 2002, 2010, 2013). Para asistir al primero le pedí a mi madre que no me comprara casaca ni cadena de la promoción del colegio. Quería mi entrada lo más adelante posible. La mejor decisión del planeta. De los recuerdos más felices de la adolescencia y la vida. Casi todas las entradas del resto de presentaciones, después, fueron pagadas en cómodas cuotas mensuales. Cero arrepentimiento. Sin embargo, durante el último show, hace casi seis años, recuerdo haber pensado: “Quizá esta sea la última vez que venga a verlo”. Plano todo, cero conexión con el público. El tipo parecía aburrido de más de tres décadas de carrera. Coincidía también, hay que decirlo, con el inicio de esa racha de años oscuros y los escándalos en los que se vio envuelto (cancelaciones de conciertos, demandas por incumplimiento de contrato, rumores de abuso de sustancias, sobrepeso), los mismos que terminaron con el lanzamiento del disco “¡México en la piel!” en el 2017 y , claro, con esa serie biográfica de Netflix de descomunal éxito. Entonces, creí, tal vez era quedarse con las mejores memorias de él en toda la plenitud de los noventas. Felizmente no me hice caso.

Anoche no cabía nadie en el Jockey Club del Perú, para empezar. El ticket decía que el concierto empezaba a las 9 p.m. y él salió a cantar a las 9:43 p.m. Tarde, claro. Siempre lo hace. ¿Está bien, está mal? No importó. Salió, la música se detuvo por completo y a solo de gritos y aplausos fue ovacionado por dos minutos. Parado en medio del escenario, él solo se reía con sus ojos del mar del Caribe y sus dientes de choclo cusqueño, y saludaba y señalaba con la mano genuinamente contento. Quizá estar dos días antes en Lima descansando le hicieron bien. Dormir frente al mar. Gracias, Océano Pacífico. Lo que fuera, pero el pata entró con toda la actitud propositiva de pasarla bien.

Las dos primeras canciones no son masivamente conocidas, por eso ni las voy a nombrar. Aunque sí para la gente que ha comprado los discos. O sea, para las seguidoras y seguidores a raja tabla, que no son pocos, ni moco de pavo. Siempre he creído que arrancar así es un error, pero es posible que se deba a que el resto del setlist fueron hits. Un dato, para apuntalar este último postulado: 30 canciones suyas estuvieron en el 2018 en las Top 200 de Spotify (!). Esos son treinta temas que, alguna vez entre 1982 y el 2019, han sido un golazo.

Casi todos se tocaron ayer. 

Fue en la tercera canción, “Amor, amor, amor” que empezó el famoso TOC suyo de andar regañando al sonidista. En el 2013 el asunto fue muy molesto. Más parecía concentrado en reñir que en cantar. Temía que pasara esta vez, pero no. Anoche, no. De hecho, trató de solapar las correcciones con movimientos de baile y el asunto fluyó muy bien. Fastidiaba sí, que saliera varias veces del escenario. No demoraba más de un minuto, pero se salía más de normal. Volvía siempre, empezaba a cantar, y otra vez, movía las caderas como Elvis Presley y aquí no ha pasado nada. A este rey también se le perdona todo.

Hay dos puntos fuertes que destacar antes de seguir con las historias de la velada. Primero, el gran estado de su voz. Es mentira que hizo playback. Y es mezquino decir que no tiene la voz de antes. En vivo siempre es más sorprendente que en los discos. Luis Miguel hace con los agudos y con los graves lo que a él le da la gana. Juega con las notas como pocas veces se ve en un escenario hoy, tiempos hijos del reguetón. Con una tesitura más madura, evidentemente. No vamos a esperar la voz del que tenía 17. Y si no, bueno, que hablen los tres Grammys que ha ganado en el 2019.

Lo segundo es el estado de conexión con el concierto mismo. Con la gente. Con los músicos. De entrada, Luis Miguel no habla en sus conciertos en ningún lugar. Por ahí no va la cosa con él. Eso es como una marca registrada. Hace una mención al país donde está al inicio y en la despedida y ya. Anoche hizo lo mismo con la salvedad de que al final se dirigió al público varias veces (“¡Vamos para arriba, Perú! ¡Siempre para arriba Perú!, ¡Vamos Perú!, ese tipo de cosas...). Es evidente que el hombre está enganchado con su propio show –porque es cierto que, a veces no lo está- por los gestos. Cuando se lo ve divertido, riéndose, haciéndole muecas a la gente, pasando la voz, ‘batiendo a sus músicos’, haciendo sus pasitos y grititos noventeros, como antes. Y todo eso ocurrió ayer. Ahí está, vaya y paséese por las historias de Instagram y Youtube. Videitos mandan.   

Mientras, que pasen los 80’s y sin ningún orden: “Un hombre busca a una mujer”, “Oro de ley, “Cuestión de Piel”, “Culpable o no”, “Palabra de honor”, Isabel”, “La chica del bikini azul”, “1+1= dos enamorados, “Separados”, “Muchachos de hoy”. Ya no sigo porque me canso y hay que publicar esta nota. Y qué pasen los 90’s: “Fría como el viento”, “Entrégate”, “tengo todo excepto a ti”. Etc., etc., etc.

¿Más anécdotas de la noche? Empiezan los acordes de “La Incondicional”, y en la pantalla gigante se ve el video del cantante a los 18 con su traje de piloto en ese avión al que todas se han querido subir, y se desata la histeria colectiva. Pasu mecha, repartan clonazepam, por favor. Los fans de años desgarrándose las gargantas y los 'golondrinos' sacándose fotos (porque el selfie no conoce de críticas). Todo el mundo grabando con el celular, bomberos incluidos. 

Llegan los boleros, luego. Él canta solo con el piano y demuestra por qué va a pasar a la historia. Esa versión de “Contigo a la distancia” que está haciendo en esta gira en extraordinaria. Es capaz de sostener una nota muy alta por más de 10 segundos. La gente se calla y comienza a oírlo. Se asombra y aplaude. Pero el despelote vuelve cuando empiezan las canciones discotequeras. “Ahora te puedes marchar”, “Será que no me amas”, “Cuando calienta el sol”. Con esa acabó. Y el acabose full pica pica y pelotas inflables en las manos de la gente que no se quiere ir. Porque dos horas y quince minutos son bastante, pero con el Sol cantando éxitos que forman parte del soundtrack de la vida de todos, nunca suficientes. 

Algunas aclaraciones finales, entonces, a manera de resumen:

1. El tono de la piel de Luis Miguel no es naranja como parece. El grado de bronceado a corta distancia es el mismo de cualquiera que se fue a la playa en la mañana. En los écrans y en las cámaras de los celulares, lamentablemente, todo se va al magenta. Está, además, más del delgado de lo que se lo ha visto en los últimos años y en proceso de 'enchapamiento'. Es decir, se nota que ya está yendo al gimnasio (más en mis historias de IG: @gamach19).

2. Sí es vanidoso como se piensa. Y, bueno, eso lo sabe todo el mundo. En un momento alto del concierto se sorprende así mismo en la pantalla grande, en la misma toma, junto a su director de banda, el legendario Kiko Cibrián (el mismo que rapeaba con él en los videos de los 90, el autor  “Suave”) y le dice con señas: “Ahí estamos los dos”. El talentoso músico se da cuenta y esgrime (se le puede leer en los labios): “...pero yo me veo feo”, a lo que Micky solo contesta riéndose, encogiendo los hombros y las manos como diciendo: “Ni modo, es lo que hay, la U es la U...”.

3. No es cierto que lloró cuando cantó el tema “Tú y yo”. Se piensa eso porque se sobó los ojos con emoción. Pero la verdad es que, segundos antes, sí había estado resondrando (por ponerlo en términos amables) al sonidista porque no le subía al volumen del violín. Pareció más un gesto para cubrir el problema.

4. Aunque le dio el micrófono al público varias veces, no es verdad, tampoco, que dejó cantar al público más de 70% del concierto. Eso es una exageración.

5. Cuando se lo oye hablando en contadas frases, o sonriendo efusivamente, solo se piensa en JB y la buena chamba que hace con ese personaje. Igualitos. 

Así fue el asunto, pues, desde mi perspectiva, y sin temor a equivocarme, desde la de muchísimos más. Si produce nuevo material, Luis Miguel tiene para rato cantando (dicen que se gesta un dueto con Marc Anthony). Anoche volvió a demostrar porque es uno de los mejores intérpretes en la historia de la música en español y los que digan “... que traigan a Boneta...”, bueno, qué van a saber pues, mascotas. Esas opiniones son de seguidores de la serie, de la moda y no del cantante. Anoche sí salió el Sol en Lima. Y por eso, después de la medianoche, cuando la camioneta que lo llevaba hacia el aeropuerto se hacía paso entre los miles que salían del Jockey Club, y él daba la mano a todos los que podía desde el techo de la misma, la gente se desvivía en vivas y gritos. Por eso, también, el público enrumbaba a su casa coreando masivamente "Culpable o no". Las críticas siempre suenan más fuerte, pero no porque sean necesariamente justas. Son bulla, nada más.

Larga vida al Sol.

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