Concentración del colectivo "Marcha del Orgullo" en la Plaza Bolívar del Congreso (Foto: Alessandro Currarino).
Concentración del colectivo "Marcha del Orgullo" en la Plaza Bolívar del Congreso (Foto: Alessandro Currarino).
Renato Cisneros

Algo bueno sucede en una ciudad cuando un conservador radical pega el grito en el cielo. En los últimos días, a falta de uno, hemos escuchado varios. Los sectores reaccionarios del país recién venían recobrándose del síncope que supuso para ellos haber visto a viriles miembros del Ejército solidarizarse con la ya famosa campaña de los mandiles rosados cuando, pum, recibieron el segundo impacto: la autorización extendida por el presidente del Congreso para que el colectivo Marcha del Orgullo se manifestara en la plaza Bolívar. Entonces ya no fueron solo gritos los que se multiplicaron en el cielo invernal, sino alaridos, clamores y quejidos.

Los primeros en rechistar, adivinaron, fueron los integrantes del grupo “Con mis hijos no te metas”, quienes presentaron en la Fiscalía una denuncia preventiva “ante la inminente comisión del delito de exhibiciones obscenas”. El desplazamiento aún no se había realizado, pero ellos, clarividentes, ya vislumbraban tocamientos indebidos por doquier, hordas de varones con pelucas y trajes ajustados avanzando como zombis por la avenida Abancay, jóvenes desnudos sodomizándose los unos contra los otros en el monumento central, bajo las patas del encabritado caballo del insigne libertador.

En las horas siguientes, otras reacciones se dejaron sentir. El congresista Héctor Becerril, alérgico al movimiento gay (y al porcelanato local), confirmó lo que ya se sabía: para él, el beso que una pareja homosexual pudiera darse en la calle es un atentado contra las buenas costumbres. “Alberto, si para ti es igual que se besen un hombre con una mujer con que [sic] se besen dos hombres en un lugar público, para mi [sic] NUNCA será igual y si eso es discriminar entonces yo discrimino…”, escribió el fujimorista en Twitter, dirigiéndose a su colega Alberto de Belaunde, visible defensor de todas las causas que Becerril detesta.

Es especialmente lamentable, también revelador, que sea un alto funcionario público quien haga tal confesión de homofobia justo en momentos en que el Estado hace lo posible por erradicar las prácticas de exclusión. Nos gustaría tranquilizar al señor Becerril diciéndole que, como toda enfermedad, la homofobia tiene cura, pero a su edad el daño es severo, seguramente metastásico y, por lo mismo, irreversible.

Las conquistas de las minorías sexuales, felizmente, van camino de incrementarse. Este año son 13 la ciudades del país que han anunciado formalmente su propia marcha del orgullo LGTB, entre ellas Huancayo, que se suma por primera vez, y por supuesto Lima, que ha convocado para hoy la misma movilización de hace dieciocho años. En mérito de esa persistencia, quizá va siendo hora de que se establezca en la capital un Barrio Gay, entendiéndolo no como un ghetto cerrado, sino como un perímetro turístico plenamente reconocido, igual que el Barrio Castro en San Francisco, San Telmo en Buenos Aires, Chueca en Madrid, Barrio Alto en Lisboa o Greenwich Village en Nueva York.

Hace algunos años, formando parte de una comitiva periodística, conocí el Barrio Castro, epicentro, bastión y meca de la comunidad gay norteamericana. Desde el verano de 1968, la mayor cantidad de parejas del mismo sexo de los Estados Unidos se concentra en esas manzanas, reconocibles por las banderas arcoíris que cuelgan de sus postes; por el aire de tolerancia y genuina libertad que recorre sus cuadras, y por el permanente tributo que se hace a Harvey Milk, ese peliagudo activista homosexual que vivió y murió en San Francisco, y convirtió su barrio en un reducto de defensa de los derechos sexuales minoritarios.

Recuerdo que mientras nuestro bus recorría las calles de Castro algunos de los miembros de la comitiva miraban a través del vidrio con una tercermundista expresión de espanto, como si estuviéramos paseando por la zona de animales salvajes de un zoológico. Más que periodistas, el bus parecía trasladar a un selecto puñado de hombres de las cavernas.

Entérense, estimados homofóbicos, de que hoy en el Perú se marcha en contra del miedo y del prejuicio, pero sobre todo a favor de la dignidad y la igualdad. Más pronto que tarde la justicia, como el amor, mirará a todos con los mismos ojos. Aunque ustedes sigan pegando el grito en el cielo. //

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