Sin milagros en el horizonte, por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Sin milagros en el horizonte, por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Según qué mirador se elija, Lima puede divisarse como una ciudad pujante, diversa, nostálgica en su grisura, o una urbe violenta, informal, en tensión continua. O ambas cosas. Decir algo certero sobre Lima es siempre un riesgo, más aún si uno recorre a diario apenas dos o tres de sus más de 40 distritos. Sin embargo, pese a no estar en contacto frecuente con su centro y periferia, el haber nacido y crecido en esta ciudad da un cierto entendimiento de sus problemas y cierta autoridad para opinar de ellos.  

A las ciudades en las que se vive temporalmente se les quiere sin compromiso real: interesan sus novedades, pero sus dilemas no son los nuestros. En la medida en que es habitante, no ciudadano, uno se ubica en ellas como observador pasivo, a lo mucho como testigo con voz pero sin voto. En cambio, a la ciudad donde perteneces, donde están ancladas tus raíces o parte de ellas, la quieres con preocupación, con angustia, tanto que al momento de definir su futuro sientes que está en juego algo que va más allá de una buena gestión técnica: algo que la mayoría de candidatos pasa por alto y que tiene que ver con el carácter, el acervo, la idiosincrasia, es decir, con el modelo de sociedad que se persigue. Porque junto con la consabida violencia y el manicomio del tránsito que hay que erradicar, también deberíamos estar discutiendo cómo ser, en lo posible, una ciudad menos cínica, discriminadora y machista.  

Por eso es un espanto que, a menos de un mes, las encuestas en Lima ubiquen en los primeros tres lugares a candidatos que precisamente encarnan esos antivalores. Es verdad que hay un 26% de indecisos desencantados ante lo discreto de la oferta, pero la mala noticia es que hay un 36% que reparte sus preferencias entre Renzo Reggiardo, quien presentó un plan de gobierno municipal repleto de plagios, tal como denunció el profesor universitario y crítico literario Marcel Velásquez; Ricardo Belmont, que se ha convertido en el triste abanderado de la xenofobia y la agresión a mujeres (sus expresiones hacia mujeres peruanas y venezolanas solo pueden repudiarse); y Daniel Urresti, que con iniciativas politiqueras (“cerremos el Congreso”) pretende que los electores olviden que sigue acusado de un crimen de lesa humanidad, o que entre sus candidatos a regidores figura un ex miembro del CNM vacado por incapacidad moral. Otros aspirantes, menos populares pero más enfocados en discutir la ciudad, pienso en Velarde, Muñoz, Beingolea, Lay o Cornejo, están muy por debajo de la línea de flotación y nada hace pensar que remontarán de aquí al 7 de octubre. 

La carencia de integridad en las candidaturas, por supuesto, es un dolor de cabeza no solo para Lima sino para el país entero. Hay un dato del JNE que muestra claramente que detrás de los cargos en disputa hay sabandijas que buscan ser elegidos para blindarse judicialmente: más de 2 mil candidatos municipales y regionales tienen antecedentes penales. La estadística es salvaje. ¡Más de dos mil! Eso no es todo. De ese grupo hay 200 con sentencias por violencia familiar. Sentencias, no denuncias. Quienes en lo privado agreden a la gente que supuestamente quieren más, ¿qué tipo de armonía pública pueden garantizar? ¿Cómo te libra del maltrato un maltratador?

Lo insólito es que esta gente se postula con el mayor cuajo del mundo en medio de una crisis moral y ética que, en teoría, nos iba a llevar a todos a reflexionar sobre el país que hemos construido. Pero no. No hay reflexión ni nada. La de octubre será sin dudas una elección sombría. Y lo más probable es que pondremos nuestras ciudades y regiones en manos de maleantes, con lo cual el concepto de ‘inseguridad’ tendría que sincerarse de una vez. Quienes no mienten en su Hoja de Vida, no insultan al extranjero, no consienten delincuentes a su lado, ni tienen antecedentes penales pasarán a ser la nueva escoria, los nuevos cuellos blancos, la impureza en el ambiente, la minoría que debe ser perseguida y aislada: no vaya a ser que sus buenas costumbres empiecen a propagarse. 

Esta columna fue publicada el 08 de setiembre del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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