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Pedro Suárez Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

La gran canción Shape of my Heart, de 1994, del músico británico Sting, trata sobre un filósofo que se disfraza de jugador de póker, para así poder descubrir algún tipo de lógica en el azar. No juega por respeto ni por dinero, solo está tratando de descubrir alguna ley intrínseca en el albur.

Aunque suene fantasioso, sí existe en la vida real un axioma que sustenta una extraña lógica en el azar. Lamentablemente no puede vaticinar lo bueno, pero sí lo malo. Este formidable principio es conocido como la ley de Murphy.

Si alguien se encuentra en la cola de la caja del supermercado, siempre percibirá que la cola del costado avanza más rápido. Cuando queremos demostrar el nuevo truco que le hemos enseñado al perro, percibimos que no lo va a hacer cuando esté frente a quien nos interesa que lo vea. Todas estas situaciones adversas, según esta ley, aparentemente imaginarias, tienen una base lógica y real.

Esta ley nació en 1949, cuando un asistente del ingeniero norteamericano Edward Murphy colocó al revés los cuatro cables para hacer frenar un simulador aéreo. La prueba del simulador falló. Cuando le recriminaron qué había ocurrido, Edward Murphy, refiriéndose a su asistente, dijo: “Si esa persona tiene una forma de cometer un error, lo hará”.

La frase salió a la luz pública por primera vez en 1952, durante una conferencia de prensa en la que al capitán de la fuerza aérea norteamericana John Paul Stapp se le preguntó por qué salieron tan exitosas las pruebas con el nuevo cohete. El capitán respondió: “Porque se tomó en consideración la ley de Murphy”. Citó la historia de la frase y dijo que esta señalaba lo importante que era considerar todas las posibilidades de error. Es decir, la ingenua frase del ingeniero Edward Murphy en 1949 se convirtió en el principio fundamental de la experimentación aeronáutica de EE.UU.

La ley se volvió un protocolo de introducción fascinante. “Si algo puede fallar, fallará en el peor momento posible. Si existe la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que causará más daño será la primera. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo. Si se descubren varias maneras de que algo pueda fallar y se solucionan, en seguida aparecerá una nueva para la que no se está preparado”.

Al hacerse popular, esta ley se amplió a la vida cotidiana. “Por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor”. “Si algo parece que va bien, es porque se ha pasado algo por alto”. Y la variante más mística: “La naturaleza está del lado del fallo oculto”.

Un ejemplo más elemental y clásico es el de la tostada con mantequilla. Por el descuido de dejar caer la tostada al suelo, fastidiosamente siempre caerá por el lado untado. En 1996, un científico llamado Robert J. Matthews dijo: “Mostramos que la tostada tiene una tendencia inherente a aterrizar con la cara de la mantequilla hacia abajo para una amplia gama de condiciones.

Además, mostramos que este resultado es, en última instancia, atribuible a los valores de las constantes fundamentales. Como tal, esta manifestación de la ley de Murphy parece ser una característica ineluctable de nuestro universo”. También existen explicaciones para cuando, parados en el congestionamiento, percibimos que el otro carril siempre avanza más rápido. Acá el pesimismo toma el control.

Otro ejemplo es el del jugador de fútbol goleador. Pero en la final del campeonato falla un penal. La ley de Murphy es la explicación perfecta del infortunio. Uno escoge si la ley se aplica o no. Puedes decir que la falla del penal fue un error que esperó el peor momento para ocurrir. Como el axioma de Murphy. Entonces vuelves experto a todo el equipo en patear penales y así reduces drásticamente el margen de error. ¿Por qué no aplicarlo si la perfeccionista fuerza aérea de EE.UU. lo hace con demostrado éxito?

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