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Rusia 2018

La célebre frase del goleador inglés Gary Lineker –“el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11, y siempre gana Alemania”– dejó de tener vigencia en este sorprendente Mundial Rusia 2018. Los germanos se despidieron por primera vez en fase de grupos, tras haber participado en 18 de los 20 Mundiales jugados y poseer cuatro Copas del Mundo. No fue la única sorpresa. Se marcharon España y Argentina y se fueron, además, las dos figuras estelares del planeta fútbol: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Hubo también resultados para el asombro: Alemania derrotada por los mexicanos (0-1), un triunfo germano con angustia en el último instante ante los suecos (2-1) y una despedida con humillación ante los coreanos (0-2). A su vez España, que despidió a su técnico cuando recién había descendido del avión en Moscú, apenas pudo 1-0 con Irán, empató 2-2 con Marruecos y se fue eliminada por una Rusia que resistió 120 minutos y fue eficaz en la sentencia de los penales. Argentina, con el genio Messi, empató 1-1 con Islandia, un seleccionado entrenado por un dentista en un país de apenas 350 mil habitantes; perdió 0-3 con una Croacia de juego estándar; y obtuvo un piadoso 2-1 ante Nigeria a dos minutos del final. Por su parte, Portugal, con el cartel de tener a Cristiano Ronaldo, arañó un triunfo por 1-0 ante Marruecos, dos empates con España (3-3) e Irán (1-1) y una derrota con despedida ante Uruguay (1-2). Al final asomó un nuevo orden mundial: en el listado de los 16 equipos que arribaron a octavos de final aparecieron siete selecciones que no suelen ser protagonistas en la Copa del Mundo: Suiza, Rusia, Dinamarca, Suecia, Croacia, Japón y Bélgica.  

¿Por qué?
Para ensayar una respuesta retrocedamos hasta el año 2004, cuando Grecia campeonó en la Eurocopa con una espantosa selección que utilizó una estrategia defensiva a ultranza. Ese mismo año, la final de la Champions League fue protagonizada por dos elencos menores: el Porto versus el Mónaco. Fue la expresión de una crisis que agobiaba al fútbol, producto de la prédica de aquellos que consideraban que lo principal eran los resultados y no el buen juego. Poco después, en rescate del fútbol, asomó la gran revolución liderada por Josep Guardiola con su espléndido Barcelona (14 títulos en cuatro años) y el mundo entero entendió que se podían lograr buenos resultados respetando la belleza o, por lo menos, la calidad del juego. A la par, el fútbol empezó a profundizar en el uso de metodologías modernas en el estudio de los partidos, el seguimiento y el análisis de los jugadores, en las nuevas maneras de preparación física y recuperación postpartido y en una organización institucional basada en proyectos que se sostenían y se ejecutaban. Así, España empezó una época de fulgor: campeona de las Eurocopas 2008 y 2012 y campeona mundial 2010. Alemania, que no campeonaba desde 1990, organizó un sistema para generar selecciones menores competitivas que aporten jugadores al seleccionado mayor. Así, en los Mundiales Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, ocupó el tercer lugar, mientras que en Brasil 2014 obtuvo el título. 

Lo que provocó estos avances fue un fútbol competitivo, con sumo atractivo. Las ligas principales (Inglaterra, España, Italia y Alemania) obtuvieron audiencia e interés mundial y la globalización trajo consigo que los métodos de trabajo se difundieran y fueran accesibles.  

Entonces, países menores en el fútbol empezaron a trabajar porque se dieron cuenta de que en este nuevo orden ya no era exclusivamente el talento o la presencia de estrellas –como en tiempos pasados– el aspecto que primaba, sino que el trabajo y la organización podían reportar frutos. Así, por ejemplo, Japón –tras organizar el Mundial de 2002– impulsó su torneo interno para hacerlo más competitivo. Tuvo problemas iniciales, como en todo proyecto, hasta que logró instaurar un torneo competitivo que generó la exportación de jugadores que hoy destacan en todas las ligas europeas. Otro tanto, aunque en menor medida, ocurrió con Rusia, que, al amparo de los nuevos ricos que surgieron, empezó a mostrarse como un mercado atractivo que generaba un torneo interno de buen nivel con magníficos estadios. En el caso de las otras selecciones clasificadas a octavos de final, todas, sin excepción –Croacia, Suecia, Dinamarca, Suiza y Bélgica–, tienen a casi todos sus jugadores en clubes europeos. Uno de los efectos es el acceso a conocer mejores sistemas de trabajo que trasladan a sus países. 

Al lector le debe surgir una pregunta: si las grandes selecciones daban el ejemplo de organización, ¿por qué se cayeron en Rusia 2018? Por una razón que llamaremos el ‘factor dirigentes-técnicos’. El caso de España es el más notorio. Desde que Luis Aragonés dejó de dirigir a la selección española con el estilo de fútbol de toque y eficacia, sus sucesores, por una cuestión de celos y por la eterna disputa entre el Real Madrid y el Barcelona, empezaron a desmontar el sistema. Primero fue Vicente del Bosque; después, con más énfasis, Julen Lopetegui, hasta que en Rusia 2018 el madridista Fernando Hierro decidió borrar todo rastro del barcelonismo (entiéndase buen juego), al extremo de excluir a Andrés Iniesta del equipo titular y entregar la conducción del elenco a un novato Isco. En suma, cuando ingresan los factores vinculados a intereses, prestigios, egos y celos, no hay esquema o institución que lo soporte. Así, la España campeona de 2010 fue eliminada en Brasil 2014 en primera ronda y en Rusia 2018 en octavos de final con una actuación deplorable ante equipos como Irán, Marruecos y Rusia. 

El caso de Alemania es distinto. Un país que ha estructurado un proceso sostenido que le permite tener tres selecciones competitivas –la mayor, la sub 23 y la sub 20– y un caudal de 60 jugadores seleccionables, falló en el proceso de transición de la generación que obtuvo el título mundial de 2014 a esta que compitió en Rusia. El recambio generacional se lo encargaron a Joachim Löw, que lleva ocho años como técnico, pero no percibieron que Löw carece de talento para crear un equipo. Sus capacidades se resumen a dos aspectos: uno, ha sido tan solo el administrador de lo que ya había formado su antecesor, Jürgen Klinsmann; y dos, en el mundo del fútbol a Löw no se le conoce un concepto novedoso o una idea singular. Su mayor característica ha sido destacar por sacarse los mocos ante millones de espectadores que siguen el torneo mundial.  

Hasta el momento este viene siendo el Mundial de las selecciones que han optado por el trabajo en equipo, por aplicar sistemas de organización interna y así están cosechando lo que han venido sembrando. El caso más notorio es Bélgica, que ha logrado convertirse en el equipo de mejor juego colectivo y que demostró ante Japón cómo se convierte un córner del rival en un modelo de contraataque para marcar el gol de la victoria en los 20 segundos finales de juego. Bélgica no tiene estrellas fulgurantes que exijan primeras planas. Tiene, por sobre todas las cosas, un estilo definido y un trabajo en equipo. Con matices más o matices menos, es el estilo que han logrado las siete selecciones menores que accedieron a octavos de final: técnicos serios, jugadores enfocados en constituir un equipo y un trabajo organizado. 

En ese lote de selecciones del nuevo orden mundial visto en Rusia 2018 estaba el Perú, que presentó un equipo superior a lo que han mostrado Croacia, Dinamarca, Suiza, Suecia y Rusia. Su funcionamiento estuvo basado en el trabajo en conjunto, en aplicaciones de metodología y recursos modernos –en Rusia 2018, Perú estrenó el monitoreo computarizado del sueño de los jugadores– y en un elenco que prescinde de estrellas –que no las tiene– y que se centra en unir el talento de cada quien bajo una disciplina táctica. 

Todo este trabajo lo echó a perder el penal errado por Christian Cueva. Perú habría accedido a octavos de final sin inconvenientes. Viéndolo desde la teoría –porque cada partido es una historia distinta–, Perú pudo llegar lejos: su ruta habría sido Croacia en octavos y Rusia en cuartos, dos equipos inferiores a las aptitudes mostradas por el elenco peruano. En este ensayo hipotético asoma, con dolor, la opción de haber accedido a semifinales porque esta vez en Rusia 2018 están siendo protagonistas las selecciones que optaron por el trabajo metódico y que hicieron de su ausencia de estrellas una opción para tener equipos dedicados, trabajados, concentrados. Equipos menores que, sobre la base del orden, logran avances. Aquel penal de Cueva se ha colocado en la galería de los errores y en consolar a Cuevita “porque errar es humano”. Cuando la historia se termine de escribir, se podrá saber que el 8 del seleccionado nacional no es un jugador con el chip de la nueva generación, sino que, más bien, mantiene rezagos del estilo de ‘los cuatro fantásticos’. Pero, como dicta el lugar común, esa es otra historia que excede este artículo. 

Lo concreto es que Perú está en el buen camino, en la misma ruta de las selecciones que han protagonizado los octavos de final, mientras los grandes con historia se marchaban pronto de Rusia 2018. Existe un solo riesgo en el camino, el mismo que ha desmoronado las virtudes de España y Argentina: dirigencias sin sensatez. En el caso peruano, ¿se volverá a la serenidad que existió al inicio de este proceso o se insistirá en esta ola de personalismo que ha empezado a aflorar desde La Videna? Ricardo Gareca ha sido muy claro al señalar, antes de partir a su merecido descanso, que “Perú se equivoca, y en grande, si piensa únicamente en los resultados deportivos. Lo primero que se necesita es una política deportiva que ayude al Perú a crecer en lo futbolístico. Un crecimiento que debe ir desde los que comandan hasta la infraestructura”. ¿Se habrá oído y, sobre todo, entendido el nítido mensaje? 

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