Jaime Bedoya

Haciendo honor al concepto mismo de la película vi Parásito en una edición pirata, fina cortesía de un mercadillo Barranquino. Este homenaje encubierto inspiró vinculaciones entre el séptimo arte y el arte nacional de vivir del trabajo ajeno.

Mientras veía la película imaginaba que tranquilamente podía estar sucediendo en el Perú. Las diferencias entre el país con p de patria y el de c de Corea se reducían al idioma. Y luego al kimchi, ese dudosamente agradable plato de col fermentada de temidos efectos secundarios.

Por lo demás los coreanos pobres podían ser peruanos peruanos. Igual con los ricos, especie universal que suele diferenciarse por su interés (o desprecio) por la cultura. El cruce simbólico de caminos entre ambos eran las escaleras. Resumiendo la universalidad parasitaria el galadornado director del filme, Bon Joon-ho, ha dicho que esencialmente en este planeta todos vivimos en un solo país llamado capitalismo.

En Parasitos los pobres ascienden literalmente del subsuelo de la sociedad, expuestos a estragos sobre los que no tienen dominio. Lo acabamos de ver en Villa El Salvador donde un día cualquiera a la hora del desayuno mas de dos decenas de personas son calcinadas vivas. Con el agravante de un media training póstumo, macabra cereza indigesta sobre esta negligencia letal.

La critica punzante a la desigualdad, al conflicto de clases y a la inescrupulosidad por lograr bienes materiales hace que esta comedia negra tenga colmillos, que los clava luego de sacarte una sonrisa. De manera casi accidental ya hace algunos años se había hecho globalmente famosa la vida derrochadora, superficial y ostentosa de ciertas élites coreanas. Recordemos esa vergüenza musical que fue Gangnam Style, la canción que inadvertidamente tocaba críticamente ese tema. Solo que como en el video clip no habían subtítulos solo veíamos a ese gordito parecido a Kim Jong-un haciendo el baile del caballito.

La contraparte de esta inspiración proviene, según el propio Joon-ho, del espeluznante caso real sucedido en la Francia del año 1930, el crimen de las hermanas Papin. Se trataba de dos empleadas del servicio doméstico parisién, trabajadoras del hogar según la jerga ministerial o la chica que me ayuda en el eufemismo pituco, que un día tiraron la toalla respecto a aquello del sudor de la frente y la abnegación al patrón. No soportaban mas los maltratos de la patrona y los caprichos de la mocosa a su cargo. Debe reconocerse que un desorden psiquiátrico del tamaño de la Torre Eiffel ayudó a darle un desenlace sangriento a este asunto.

Las hermanas Papin mataron a su empleadora y a su hija mutilando ambos cuerpos, que dejaron desperdigados por la casa. Uno de los mandamientos del Planeta de los Simios, esa saga que se cumplirá cuando otra especie finalmente se harte de nosotros, dictaba un mandamiento único: simio no mata simio. Los parásitos se alimentan, precisamente, de las sustancias que produce un ser vivo de otra especie. Parece que entre parásitos la solidaridad de los simios no aplica.

Lo hemos visto en las delaciones premiadas en el caso Lava Jato. Parásitos traicionado a sus ex jefes sin parpadear, detallando el mecanismo bajo los cuales ellos se alimentaban de nosotros, los inmensos pelotudos que votábamos por ellos.

Y hay otros parásitos que se delatan a si mismos. Esto se refleja en las muecas despectivas y sarcásticas del dos veces ex alcalde de Lima, depositario de la Orden del Sol en el grado de Gran Cruz (sic, wtf), Luis Castañeda Lossio, en medio de su audiencia judicial. Una persona a la que le da risa como la fiscalía argumenta su muy seria implicancia en un caso de lavado de activo, colusión y trafico de influencias no es una persona. Es una solitaria, una tenia, una lombriz alojada en tubo digestivo ajeno esperando ser alimentada gratis.

Esas muecas de desprecio son lo que el parásito opina de la sociedad que lo mantiene. Dos veces lo hicimos alcalde a pesar de su fetichismo fenicio por el cemento y su huachafería amarilla. Ahora somos un mal chiste.

No merece un Oscar. Pero sí Baygon. Y después, si la justicia lo amerita, la cárcel.

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