"La pasión de Paolo", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"La pasión de Paolo", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

La exclusión de de nos ha dolido en el centro de la peruanidad, ese lugar intangible donde coinciden el orgullo de pertenecer a algo y la incertidumbre de no saber exactamente a qué. Los magistrados del lo ignoran, pero no han castigado únicamente a un jugador de fútbol que incurrió en una negligencia al tomar la infusión equivocada: han sancionado al líder carismático que los peruanos veníamos reclamando desde varios años atrás, el único personaje capaz de distraernos de la crisis política más aguda y concitar la unión en un país tan dispuesto a dividirse. 

Por desproporcionado que suene, cuestionar públicamente la integridad de Guerrero es casi como agredir un símbolo patrio. Equivale a poner en duda la caballerosidad de Grau, la virginidad de Santa Rosa, la pureza del pisco, el sabor del ají de gallina o la imponencia de Machu Picchu. Hace rato que Paolo dejó de ser solo el goleador y capitán de la selección que volvió al Mundial para convertirse en el emblema-rostro de una época. En tiempos en los que el individualismo feroz parecía dominarlo todo surgió Guerrero, el último ‘Fantástico’, el engreído de doña Peta, para recordarnos lo valiosas que eran las causas comunes.  

Por eso la gente ha reaccionado de manera tan irracional contra el Swiss Hotel saturando su central telefónica de llamadas perturbadoras y amenazando con romper a pedradas sus ventanas. En el imaginario popular, el hotel vendría a encarnar a la empresa privada que vela por sus intereses de negocio y que, en lugar de sacrificar a un mozo anónimo, se pone de perfil a expensas de la suerte del ídolo. La misma sensación existe respecto del discreto papel que ha jugado la en esta controversia, pues no parece haber respaldado a Paolo como sí lo ha hecho su club, el Flamengo de Brasil, que pudiendo rescindirle el contrato le ha dicho: “Te esperamos los meses que haga falta”.  

Al inicio de la semana, una vez conocida la noticia, el sentido común periodístico (asumiendo que tal categoría exista) invitó a ‘pasar la página’, ‘pensar en el Mundial’, ‘apoyar al equipo’, pero conforme avanzaban las horas y los días se produjo una cascada de pronunciamientos –desde la federación de futbolistas internacionales hasta el mismo presidente Martín Vizcarra pasando por el diario británico The Sun o la cadena argentina Fox Sports– que, sumadas a las declaraciones indignadas del propio jugador, invitaban a pensar que la sanción de 14 meses, precisamente por excesiva, era susceptible de ser revisada.  

Posible o no, ese no es nuestro campo. Lo único que nos queda por hacer a los hinchas es, primero, volver a hablar de fútbol, no de conspiraciones. ¿Por qué la ‘Sombra’ Ramos tiene que responder preguntas acerca de la conveniencia o no de seguir concentrando en el Swiss Hotel en vez de analizar a los delanteros de Dinamarca? ¿Por qué Corzo tiene que opinar sobre la WADA en lugar de hablar de lo que significa para él jugar una Copa del Mundo?  

Lo otro que corresponde es analizar la vehemencia de nuestro comportamiento a ver si analizándola conseguimos sacarle la vuelta. Porque si bien ir al Mundial sin Paolo es muy frustrante, hay que recordar que los peruanos somos hijos de la crisis, no de la prosperidad. Somos más solidarios en el revés que en el confort. Si la empresa no es difícil, no es para nosotros. Si el camino no es cuesta arriba, mejor que lo camine otro. Si el asunto es pan comido, no nos da hambre.  

Habría que asumir el caso Paolo como una suerte de gran apagón en el ánimo nacional y tratar de hacer lo que hacíamos en el pasado cuando nuestras ciudades quedaban en penumbra: respirar, resistir, confiar, unirnos. La luz, entonces como ahora, tarde o temprano volvía. 

Esta columna fue publicada el 19 de mayo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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