María José Osorio

La genial Phoebe Waller Bridge (creadora de una de las mejores series de la última década) dijo: escribir es 90% procrastinación. Mientras escribía esta columna, revisé Instagram unas 340 veces, hablé una hora con una amiga que vive en el extranjero, ordené mi cajón de la ropa interior y aprendí a hacer mug cakes (cuando te quemas la boca comiendo un queque semicrudo y pegoteado en una taza, sabes que tu cerebro no está actuando de manera racional). También releí posts antiguos de mi blog para recordarme que soy una persona capaz de escribir algo.

La procrastinación es de una ironía impecable y retorcida: tenemos algo que deberíamos hacer, pero la idea de hacerlo nos genera rechazo, por lo que lo postergamos. El postergarlo nos hace sentir mal con nosotros mismos, así que lo que debería habernos hecho sentir mejor, termina haciéndonos sentir peor.

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“La procrastinación es esencialmente irracional”, dijo la Dra. Fuschia Sirois, profesora de Psicología en la Universidad de Sheffield. “No tiene sentido hacer algo que sabes que va a tener consecuencias negativas, pero la gente se involucra en este ciclo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar los estados de ánimo negativos en torno a una tarea”. No procrastinamos por flojera o por ser malos organizando nuestros tiempos, procrastinamos porque algo sobre esa tarea pendiente nos genera aversión.

Esto puede deberse a algo intrínsecamente desagradable de la tarea en sí: tener que doblar una montaña de ropa recién lavada o armar una larga hoja de excel. Pero también podemos estar evitándola a raíz de sentimientos más profundos como la duda, la baja autoestima, la ansiedad o la inseguridad. Mirando un documento en blanco, podrías estar pensando: “no soy lo suficientemente inteligente como para escribir esto. Incluso si lo soy, ¿qué pensará la gente de ello? Escribir es tan difícil. ¿Qué pasa si lo que escribo es terrible?”.

Todo esto puede llevarte a cerrar el documento y sentir que es momento de iniciar un debate en Twitter sobre cuál es el mejor chifa de Lima (esto de ninguna manera está basado en mi experiencia personal).

La procrastinación, además, es un ejemplo perfecto de lo que llaman el present bias en psicología, que es nuestra tendencia arraigada a priorizar las necesidades a corto plazo por encima de las de largo plazo.

A nivel neuronal, percibimos a nuestro “yo futuro” más como un extraño que como parte de nosotros mismos. Cuando posponemos las cosas, partes de nuestro cerebro en realidad piensan que las tareas que estamos posponiendo, y los sentimientos negativos que nos acompañan y que nos esperan en el otro lado, son el problema de otra persona. Con uno de mis buenos amigos siempre bromeamos diciendo: “Este es un problema de la María José del futuro”.

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Para empeorar las cosas, somos aún menos capaces de tomar decisiones bien pensadas y orientadas al futuro en medio del estrés. Cuando nos enfrentamos a una tarea que nos hace sentir ansiosos o inseguros, la amígdala, la parte del cerebro “detectora de amenazas”, percibe esa tarea como una amenaza genuina, en este caso para nuestra autoestima o bienestar. Incluso si intelectualmente reconocemos que posponer la tarea nos creará más estrés en el futuro, nuestros cerebros están hechos para preocuparse más por eliminar la amenaza en el presente. Los investigadores llaman a esto “secuestro de la amígdala” y no, no puedes usarlo como excusa para no ir al trabajo el lunes.

Así que en esencia, la procrastinación tiene que ver con las emociones, no con la productividad. La solución no implica comprarte un planner o aprender nuevas estrategias para el autocontrol. Tiene que ver con manejar nuestras emociones de una mejor manera.

¿Es más fácil decirlo que hacerlo? Sí, pero hay una satisfacción especial en tratar a nuestros cerebros como computadoras programables y no como criaturas indomables.

Empezar a practicar no ser tan duros con nosotros mismos, sentarnos con esas sensaciones negativas y preguntarnos qué es lo que realmente está detrás de ellas. Eso es algo que podemos empezar a hacer hoy. O bueno, máximo mañana en la mañana. //


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