Ramón Quiroga fue internacional con la selección de fútbol del Perú en 40 ocasiones. (Foto: El Comercio)
Ramón Quiroga fue internacional con la selección de fútbol del Perú en 40 ocasiones. (Foto: El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

El penal que le desvió a Masson y el milagro que obraron sus manos para bloquear un misil de Jordan bastaron para que Ramón Quiroga se convirtiera en mi jugador favorito durante Argentina 78.

Mis tardes libres las pasé parado frente a dos baches que fungían de arcos sobre el asfalto de la cuadra 3 de Los Rubíes, en Balconcillo. Me imaginaba bajo los tres palos de un estadio argentino, recibiendo balonazos de un amigo que un día podía ser Jordan, Rensenbrink o Neeskens. 

(Por razones obvias, Kempes y Luque nunca participaron en esos partidos). 

En España, Jaime Duarte se convirtió en el héroe de mi hermano menor y de muchos niños al jugar con un parche sobre la ceja derecha ante Italia, tras un violento choque con Cabrini. Todos queríamos ser como el valiente ‘Chiquillo’. 

Luego sobrevinieron años de oscuridad. No faltaron algunas alegrías efímeras, pero la tristeza, en más de una ocasión, llegó disfrazada de vergüenza. 

Hasta que irrumpió este equipo en quien nadie creía, del cual se erigió como líder un delantero algo aniñado, a quien la madurez forjó en indiscutible. 

Gracias a Guerrero y al grupo de bravos que lo acompañó en esta gesta maravillosa, los niños volvieron a sentirse orgullosos de nuestro fútbol. Guardaron sus camisetas de Messi y ‘CR7’, y empezaron a llamarse Paolo, ‘Orejas’ o ‘Foquita’ en sus pichangas sobre una cancha de fútbol 7 o dándole al pulgar en el play. 

No sé qué ocurra en el Mundial, pero haber convertido el fútbol en factor de alegría y unión es impagable. Es el mayor legado de Gareca y sus guerreros.

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