Otro rollo, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Otro rollo, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

En mi opinión, el escenario es hasta hoy el lugar perfecto para pegarles a los políticos y los poderosos. El espacio ideal para portarse mal, para plantear ideas y discutirlas con el público. El sitio que me permite, durante los 90 minutos que dura un show, decir algo que pienso y siento. Defender posturas con el cuerpo y el corazón. Así siempre fueron mis presentaciones y, hay que decirlo, no siempre salí airoso. En Cusco y Arequipa me he peleado con las autoridades (alcaldes) y estas, abusando de su poder, me han apagado las luces, literalmente. De eso ya han pasado muchos años. En algún otro momento he tenido un auspiciador que muy amablemente me invitó a cambiar mi discurso en un show que titulé: “Yo también puedo ser presidente”. La excusa que usaron fue que sentían que no iba con los intereses de la marca. Tras una larga conversación, la sinceridad salió a flote. El ‘pedido’ en realidad venía de parte de un político a quien yo le pegaba en aquel entonces todos los jueves en el Satchmo. Obvio, me quede sin auspicio.  

Subir al escenario solo para hacer reír nunca me ha interesado. Yo lo que siempre busco es que al público se le remuevan las emociones, que pasen de la risa a la indignación y que se genere, por qué no, un poco de reflexión. Mis herramientas siempre fueron la sátira y el sarcasmo, y no pienso renunciar a ellas cuando vuelva a hacer un espectáculo en vivo y en directo. Así es como yo concibo el humor y seguramente por eso no me gustan los comediantes locales. Conozco a varios de ellos: son personas sensacionales, pero no tienen una posición frente a ningún tema; son más bien ligeritos, voceros de la nada, nunca quedan mal con nadie, correctitos y repiten sus rutinas como loritos en todas sus presentaciones. Son muy buenos en lo que hacen y que no conciban el espectáculo como yo lo hago no significa que sean malos ni mejores ni peores. Simplemente, ellos lo hacen así y yo no. La escena local de los comediantes de pie o stand up comedy, como les encanta llamarse, sencillamente no me llama la atención en lo absoluto.  

Siendo ese el panorama local, mi búsqueda de comediantes buscapleito me ha llevado a Argentina a conocer a Fabio Posca y Enrique Pinti. Y en Colombia, a Alejandra Azcárate. Y es aquí donde me quiero detener, en esta mujer que viene a Lima a presentarse el próximo mes en un show que vi en Bogotá, en el Teatro Nacional Fanny Mikey. Graduada en Periodismo y Ciencias Políticas, se niega rotundamente a que la llamen comediante; sin embargo, es con humor que expone sus ideas a través de sus mensajes ácidos y empoderadores, pues todo su rollo tiene que ver con que las mujeres no necesitan a los hombres para ser felices y lo único que precisan es de ‘verraquera’ (carácter, coraje, audacia). Constantemente invitada a foros sobre empoderamiento y emprendimiento femenino, Azcárate habla de la autoestima como herramienta determinante hoy. Destaca que lo más importante es gustarse a sí misma y no perder el tiempo en halagar a los demás o tratando de encajar en moldes y convenciones socialmente aceptadas. No le interesa ser ejemplo ni referente para nadie porque le parece un rol aburrido y un peso innecesario, por más que sea un personaje público.  

En esta ciudad donde pocas veces vienen comediantes interesantes, esta es una buena oportunidad para conocer a alguien que se compra pleitos en el escenario. Se presentará en el Teatro Peruano Japonés y no les diré más para que no parezca ‘cherry’. Yo la vi en Colombia y me sorprendió enterarme de que en dos semanas estará por estas tierras. ¡Lleven a sus hijas! 

Esta columna fue publicada el 25 de agosto del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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