Tele-invidente, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Tele-invidente, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

En mi casa había un solo televisor blanco y negro marca Zenith. Estaba en el cuarto de mi mamá, por lo cual solo tenía acceso cuando mi vieja llegaba del trabajo. Entonces encendía el tremendo aparato enchapado en madera, esperábamos unos minutos a que calentaran los tubos, aparecía en la pantalla eso que llamamos ‘arrocito’, con la perilla de la derecha sintonizaba el Canal 4 y con otra perilla graduaba el volumen. Así todos los días, de lunes a viernes, lo único que yo veía por tele era el noticiario de América Televisión, conducido por el señor Arturo Pomar. Nunca pude ver El Chavo del 8 (cosa que hoy agradezco eternamente). 

Cuando en el colegio, a la hora del recreo, mis compañeros me decían para jugar a El Auto Fantástico, Los Magníficos o La Pequeña Maravilla, yo no sabía qué hacer y era inmediatamente blanco certero de las burlas. Prefería decir que yo no tenía tele antes que explicar que la tele en mi casa estaba en el cuarto de mi mamá y ella lo dejaba cerrado con llave. Mientras todos hablaban de dibujos animados fabulosos, yo solo tenía la imagen de Mario Vargas Llosa conduciendo La torre de Babel, de Alfonso Tealdo con su aguda voz en Pulso (ambos por Panamericana Televisión) y de Luis Alberto Sánchez en La hora de Luis Alberto Sánchez, en Canal 7. Los fines de semana veía Presenciacultural, eternamente conducido por Ernesto Hermoza. Recuerdo también haber visto a Fernando Ampuero en Uno más uno, a Gonzalo Rojas en Esta noche por Canal 9 y a Alfredo Barnechea en no recuerdo qué canal conduciendo Contacto directo. Es decir, yo crecí viendo programas políticos, porque en mi casa solo se veía eso. Más adelante vendrían todas las versiones de César Hildebrandt, incluyendo la de Uranio 15. 

¿A título de qué les cuento esto? A propósito de la entrevista de Renato Cisneros a César Hildebrandt, de pronto me di cuenta de que extraño esos programas donde solo bastaban dos personas para desarrollar diversos temas por espacio de una hora. No soy de los que critica la televisión y sus contenidos. Si la tuviera que comparar con algo, diría que es lo más cercano a un buffet donde tienes todo tipo de comidas a tu elección (japonesa, chifa, italiana, criolla) y cada uno se hace cargo de lo que se mete al cuerpo. Pero sí extraño bastante el análisis político, sin aspavientos. Contra todo pronóstico, en mi casa solo hay una tele y está literalmente de adorno, muy probablemente porque no registro en mis hábitos su consumo y eso fue siempre así. No sé si será mejor o peor, simplemente en mi caso es así. Paradojas del destino, la televisión es uno de mis trabajos recurrentes y, contrariamente al contenido que desde chico recibí, yo me dedico al entretenimiento. Cada noche que llegaba a la oficina de producción de mi programa recibía siempre la misma reprimenda del productor general por no estar al tanto de lo que había ocurrido ese día en la tele: “Pero, Galdós, cómo vas a trabajar en la tele si no ves tele”. Y yo solo respondía lo que hasta ahora respondo: “No la necesito, me gusta trabajar en la tele pero no la veo”. Y no lo digo, como muchos, por hacerme el interesante. Ocurre que de chiquito no me inculcaron ver televisión más que los programas informativos, que en aquel entonces sí eran eso y no la galería de muertos, heridos y asaltados que hoy vemos. Seguro por eso yo decidí hacer un programa que se burlaba de todo, hasta de la misma tele, y muchas veces de programas del mismo canal. 

A Mávila, Renato y Beto los veo por YouTube en el familiar horario de las 5 de la madrugada, siempre después de dar un vistazo a El País de España y algunos diarios locales. Los lunes desayuno viendo los dominicales con Mónica, Sol y Rossana, también gracias a la Internet. Solo reviso las entrevistas en el set; las notas de muertos y ensangrentados me las pierdo de todas maneras. A Federico lo prefiero en su columna de El Comercio, lo mismo que a Tenorio, y eso es todo. Rosa María Palacios, imperdible desde su Facebook. ¿Y La noche es mía alguna vez la vi? ¡Jamás! Yo cuido lo que meto a mi cuerpo. ¡Ja! 

Esta columna fue publicada el 21 de julio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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