"Cómo tragar la desilusión", por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
"Cómo tragar la desilusión", por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

¿Te acuerdas cuando tenías 14 años y te enamoraste por primera vez? ¿Recuerdas lo que se decían? ¿Lo que se prometían y juraban? Que iba a ser para siempre, que nada ni nadie los iba a separar. Seguro hasta se compraron los dos su pitita del mismo color como símbolo de unión eterna y la llevaron orgullosamente en la muñeca hasta que un buen día se rompió, se acabó el amor. ¿Por qué? Porque el amor acaba, a los 14 años el amor es un aprendizaje de ensayos y errores. Seguro te encerraste en tu cuarto durante meses sin salir, escuchaste una y otra vez todas las canciones de amor que sentías que eran para ustedes, adelgazaste a tal punto que tu mamá ya no sabía qué hacer y te daba Ensure para que al menos no te desnutrieras. Las noches se hicieron largas, caminaste con un hueco en el pecho días enteros, se te cortaba la respiración; hasta que un buen día volviste a tener ganas de vivir y saliste a la calle a encontrarte y amistarte con el mundo y todo seguía ahí para ti, intacto, esperándote. Lo que parecía un dolor eterno se convirtió en una experiencia, luego en un recuerdo y hoy es una anécdota que cada vez que la cuentas te hace sonreír. La vida te enseñó que nadie, absolutamente nadie (en su sano juicio) muere por amor. La otra lección fue que el menú del amor es muy variado y un solo plato no te permite tomar buenas decisiones. De ahí se desprende la clásica frase: “Asu, qué habría sido de mí si me hubiera quedado con él/ella”. Keep calm, life goes on. 

Dicen que, según el orden natural de la vida, los hijos entierran a sus padres, pero no siempre es así, porque dentro del ‘orden’ natural también existe la variable y eso es lo que le da sentido a la vida. La vida está llena de variables, no es exacta, no es matemática, y la peor variable que puede existir en la afirmación anterior es que se muera primero el hijo y los padres sean los llamados a enterrarlo. Pregúntenle al señor Oyarce qué se siente. ¿Se olvida ese dolor? No. ¿Te subleva? Sí. ¿Sientes rabia y frustración? Muchísima, pero ahí nuevamente aparece la lucecita, al fondo, bien al fondo, esa que te da una opción. Los padres que viven este dolor y que yo conozco personalmente, tomaron la decisión de seguir adelante y transformarlo en acción. El dolor es el mejor de los maestros, tal vez el más duro, pero el mejor, sin ninguna duda. ¿Cómo se supera el dolor? Matándolo, así como a la muerte, que después de muerta hay que matarla una vez más con el duelo. 

no va más en este (al menos hasta el día de hoy es lo que se sabe) y me ha llamado profundamente la atención cómo nos estamos perdiendo la oportunidad de rediseñarnos en torno a una crisis. Los medios de comunicación, la calle y cualquier ser humano peruano de nacimiento no deja de lamentarse y llorar. ¿Que jode? Claro que jode. ¿Es injusto? Muy probable, pero no nos estamos dando cuenta de que estamos castrando a los demás muchachos. ¿Y ellos qué? ¿Acaso no pueden, no sirven, no hay estrategias? ¿Será acaso que sentíamos que con Paolo todo estaba bajo control y ahora ya no tenemos control alguno sin su presencia? Ojo, no estoy desmereciendo a Paolo Guerrero, de quien me declaro admirador. No desde el fútbol, porque yo no sé un carajo de ese deporte, sino desde la persona, el humano, la vida. Me encantan ese tipo de personas que ponen su honor antes que todo y el honor se defiende aun por encima de un Mundial, que puede ser el sueño de su vida. Mis respetos, Paolo.

Lo mejor que nos puede ocurrir en la vida es una crisis, problema o como quieran llamarlo, porque frente a este siempre hay una nueva oportunidad, algo que nos obliga a estirarnos, a sacar el poder, a rediseñarnos, a mirar más allá de lo evidente, aunque suene a frase de película. Las crisis sacan lo mejor de nosotros con lágrimas, berrinche y frustración incluidas. El mundo no es estático, así como la vida y el día a día tampoco lo son.

Por eso hay que vivir cada día como el último, en excelencia, con compromiso, con entrega y amor, dándolo todo, porque quizá mañana, quién sabe, todo cambie y si eso ocurre nos volvemos a parar en nuestras fortalezas y continuamos. Nada es absoluto, nada es eterno, todo lo que va viene como el péndulo. Si seguimos llorando, nos vamos a perder la oportunidad de descubrir y conocer la garra de todo un equipo del cual Paolo sigue siendo capitán desde el sitial único que da la vida: el respeto. 

Esta columna fue publicada el 19 de mayo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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