La antítesis del ¨vacunagate¨: José Luis Barsallo, el ángel del oxígeno. (Foto: Joel Alonzo/ GEC)
La antítesis del ¨vacunagate¨: José Luis Barsallo, el ángel del oxígeno. (Foto: Joel Alonzo/ GEC)
/ JOEL ALONZO
Jaime Bedoya

Nadie se va a enterar es la falsa coartada que habita en el origen de las decisiones más desafortunadas. La naturaleza del secreto siempre ha estado expuesta a la veleidosa inclinación humana por la infidencia, un placer transgresor, fugaz y sin enmienda. Por añadidura los tiempos que vivimos, ultra invasivos y digitalmente impúdicos, han hecho de la privacidad un paciente permanente de cuidados intensivos. Así tú no lo cuentes, alguien ya lo está buscando. Benjamín Franklin lo dijo más claro: la única manera de mantener un secreto entre tres personas es que dos de ellas estén muertas.

- La ciencia del oportunismo -

Aquellos que estudian como discurrimos en los laberintos de las decisiones morales identifican en esto dos polos antagónicos: la aversión a la injusticia y la aversión a la culpa. Habría que traducir esto para el caso que nos ocupa: No es difícil calificar como incorrecto vacunarse antes que un intensivista. Tampoco lo es anticipar las consecuencias culposas de saltarse inmerecidamente esa cola.

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El problema es la tentación que se agazapa entre ambos extremos: en esa cueva intermedia se esconde el oportunismo moral.

Esa culebra sin patria es sinuosa, lúbrica y acomodaticia. Su piel tiene los colores de la conveniencia egoísta y brilla bajo la ilusión del nadie se va a enterar. Si parece que estuviéramos hablando del señor es por los méritos que ha hecho el susodicho por confundirse con el reino animal.

Se les atribuye a los reptiles, entre los cuales se incluyen los lagartos, el tener sangre fría. No se inmutan ante la flagrancia del acto oportunista. Es más, se pavonean del mismo; exhibicionismo que probablemente esconda el reto a ser descubierto. Tal cómo el , la enfermedad se oculta tras el síntoma. Un oxímetro moral en el índice de la señora se hubiera derretido cuando ella, días antes de la revelación, decía que se vacunaría última porque el capitán se hunde con el barco. Ya tenia el chaleco salvavidas puesto.

- La peor decisión de tu vida –

¿Qué podrían tener en común un presidente, ministros, diplomáticos, médicos, sus familias, choferes y el dueño de un chifa? Una explicación posible sería la debilidad por el atajo y la culebra. Porque miedo, tal como refiere la señora Mazetti en su carta de disculpas, también sentían los 44 mil peruanos muertos por el Covid-19. La diferencia es que ellos hicieron su cola, ya sea para el oxígeno, la cama UCI o el crematorio.

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Se alega que en situaciones extremas como la guerra, y esta es una guerra, los parámetros morales se adaptan a las circunstancias. Pero una cosa es adaptarse, otra es tomar ventaja.

Cuando el equipo de rugby uruguayo Old Christians sufrió el accidente aéreo que los dejó aislados en medio de los andes se vieron en la disyuntiva de tener que alimentarse de los cadáveres de sus compañeros para poder sobrevivir. Precedían el acto de un rito de agradecimiento y pedir permiso, honra que transformaba el canibalismo en comunión.

Los implicados en el vacunagate no la tenían tan complicada. Un rito mínimo de reconocimiento, hacer público su comportamiento, podría haber aliviado su doblez. O no. Como el vampiro, la canallada no acepta salir a la luz.

- El placebo de la falsa respetabilidad –

La doctora Mazzetti, cirujana y neuróloga, estudió y trabajó en París. Ostenta tres maestrías, dos diplomados, un doctorado en neurociencias. El doctor Germán Málaga ejerció los cuidados intensivos en Massachusetts y gozaba de prestigio antes de desdibujarse en una baba desconectada de la realidad. La gestora de intereses Cecilia Blume tuiteaba pastillas para la moral desde Pulpos, que ahora le regresan cuales bumerangs vengativos. El Nuncio apostólico Nicola Girasoli es un doctor de la iglesia que habla tres idiomas y fue ordenado por el papa Juan Pablo II.

Así como el señor César Loo era según Málaga el consultor técnico en las vinculaciones entre la inmunología y el wantán, su excelencia el Nuncio lo era en temas éticos, todos hechos puré con premeditación, alevosía y ventaja.

La indignación ante el comportamiento de estos personajes es inmediata y natural. Repaso la lista de conyugues, hijos, cuñados y hermanos que sumaron a esta deslealtad secreta y pienso en mi hermana, fallecida por el Covid-19 en enero y sin vacuna. La sangre ya no hierve, se congela. Todos conocemos el momento previo a una mala decisión y el arrepentimiento que esta conlleva. Pasada la negación y su triste pirotecnia, la carga que deberán llevar estos vacunados a escondidas doblará sus espaldas el resto de sus días. Como decía Malraux, no somos lo que pensamos ser, somos lo que escondemos.

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Al otro extremo de los pergaminos de los anteriormente mencionados está el señor José Luis Barsallo. El fue al colegio en Chiclayo y fue enfermero en la marina. Ese es su curriculum. El resto son sus actos. El se negó a lucrar con la enfermedad ajena, lo que le valió el sobrenombre de Angel del Oxígeno.

Durante la pandemia Barsallo contaba como un día se le presentó una señora a la que le habían vendido un cilindro malogrado, incapaz de retener oxígeno, en 5 mil soles. Su familiar estaba condenado a asfixiarse. El ex marino no pudo evitar quebrarse.

- ¿En qué mundo estamos?, se preguntaba.

En un mundo miserable, señor Barsallo. En donde gente como usted hace la diferencia, y a veces eso basta.

Así como la canciller Astete alegaba que no podía darse el lujo de morir, nosotros tenemos que perseverar en el lujo de vivir: sin vacuna y sin certezas, pero con el deber de no atropellar a los más vulnerables bajo el buldócer del privilegio.

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