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Casonas
Brunella Vásquez Mori

Quien recorra el encontrará en el jirón Áncash una de las casas coloniales de Lima más interesantes y antiguas (se empezó a construir alrededor del año 1590). Su nombre, Casa de Pilatos, proviene –según algunas versiones– de los relatos del escritor Ricardo Palma (Tradiciones peruanas, 1893), que recogen la leyenda sobre un judío portugués que, mientras ocupaba la casa hacia 1635, fue acusado de realizar allí masivas y profanas ceremonias con imágenes sagradas. El tradicionalista detalla que los encontraron dándole latigazos a un crucifijo de tamaño natural, lo que los llevó a ser castigados bajo las leyes de la Inquisición. Así, los católicos limeños no tardaron en apodar al extranjero como Pilatos. Otra versión explica que la casona tomó aquel nombre por el parecido que tiene con la llamada Casa de Pilatos en Sevilla (España).  

Lima, la antigua
Con una elegante portada tallada en piedra, un pórtico rectangular con puerta tachonada, un zaguán con arco y un espacioso patio de arquerías, esta casona acogió a diversas familias de la aristocracia limeña (los últimos fueron los Nicolini, a principios del siglo XX), hasta que entre 1956 y 1962 el presidente Manuel Prado Ugarteche, en su segundo gobierno, compró la casa para uso del Estado.

“En el Centro Histórico se encuentran 660 monumentos, en su mayoría casonas, que en los años 60 comenzaron a ser convertidas en instituciones públicas con la finalidad de recuperarlas, ya que muchas se encontraban deterioradas; solo el Estado podía costear su mantenimiento”, explica Luis Martín Bogdanovich, arquitecto y director del Programa Municipal para la Recuperación del Centro Histórico de Lima ().  

Así, con el golpe militar de 1962, el ministro de Educación de la Junta Militar, Franklin Pease, gestionó que la Casa de Pilatos fuese sede de la Casa de la Cultura, que luego se convirtió en el Instituto Nacional de Cultura del Perú (INC). Años más tarde, en 1996, la histórica casona volvió a cambiar de dueño, acogiendo esta vez al Tribunal Constitucional, justo después de haber sido relanzado con la Constitución del 93. 

En el 2013 se organizó una nueva mudanza. “La casona es hermosa y yo estoy feliz con mi oficina, pero acá trabajan más de 170 personas. Comenzaron a haber quejas sobre la practicidad del lugar. Entonces, se decidió realizar la compra de un nuevo inmueble, el antiguo edificio del Banco de la Nación, en el cruce de las avenidas Arequipa y Javier Prado”, explica el magistrado del José Luis Sardón. 

Él mismo admite que aquella mudanza abre un debate importante. “Mudarnos al local de la Arequipa –mucho más grande que la Casa de Pilatos– significaría definitivamente aumentar el flujo de casos que recibimos, tendríamos mayor cantidad de asesores. Pero esto nos podría convertir en un tribunal masivo y nuestro trabajo debe ser muy personalizado, muy individual”, señala Sardón. Confirma, sin embargo, que ya una parte del personal administrativo está empezando a trasladarse al nuevo inmueble. 

El balance
​Si bien es cierto que la ocupación del Estado en estas casonas es positiva, ya que se garantiza su buen estado y mantenimiento, también puede resultar perjudicial. “Muchos de estos inmuebles tienen una fuerte concentración de poder político, que trae consigo manifestaciones públicas cuando hay descontento. Esto genera un problema para la respiración del Centro Histórico, ahuyenta la inversión privada y destruye del ornato”, refiere Bogdanovich.  

Además, la mayoría de estas instituciones públicas del Centro de Lima –que son fieles testimonios de la historia– funcionan a puertas cerradas y no permiten que turistas y vecinos puedan conocer sus instalaciones. “Un punto intermedio podría ser que estas entidades contengan, como parte de sus políticas, un sector que pueda visitarse. Por ejemplo, el Palacio de Torre Tagle todos los domingos, sin necesidad de previa cita, abre las puertas de su primer patio para que cualquier persona que quiera ingresar pueda hacerlo sin reparo alguno”, manifiesta el arquitecto. 

¿Qué es lo que se busca con el Centro de Lima? ¿Revalorizar los monumentos? ¿Convertirlo en un mejor atractivo turístico? “Lo primero que debería plantearse qué es lo que se quiere para el Centro Histórico”, puntualiza Bogdanovich. “Probablemente, una vez que esto esté claro se podrán hacer propuestas coherentes y que no caigan en el olvido”. 

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