Ana Núñez

Hace mas de ciento veinte años, en 1881, hombres, mujeres y niños tuvieron que combatir en la llamada Campaña de Lima, el tramo final de la Guerra del Pacífico. Fue un 13 de enero y todos aquellos “soldados” libraron una de las batallas mas gloriosas de nuestro país, una ofrenda de valor para la patria. Poco se sabe de sus nombres, sus rostros, menos su voz. Y cada uno de ellos está representado en aquellos restos humanos (los restos del “Soldado desconocido”) hallados por Óscar Ferreyra Hare y su esposa Marie von Oven, directores del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico. Hoy vivimos una guerra distinta: el campo de batalla es infinito. El enemigo es invisible pero mas mortal aún. Y tenemos también a cientos o miles de “soldados desconocidos” que a diario en estas calles que hoy son sinónimo de muerte. Como María: 37 años, tres hijos menores de edad y domicilio en San Juan de Lurigancho, que esta mañana, muy muy temprano, barría en solitario una avenida miraflorina que, para bien y para mal, en nada se parece a su hogar. “Pero necesito la plata, señorita”. Novecientos soles.

Ellos son el soldado raso de esta guerra. Vestidos de azul, plomo o verde y detrás de sus tapabocas y guantes anteriores a la pandemia. Otros héroes de esta historia, como médicos y policías, tienen al menos la bendición de tenerse entre ellos. Sí, incluso el sentido de la pertenencia es hoy una bendición: médicos del hospital tal… policías de la comisaría de… María es “una barrendera” de Lima. A secas. Cada mañana o tarde o noche, sale a encargarse de la zona encomendada. A veces va con un compañero o compañera. Pero cada quien por su lado. Lo único que estará siempre junto a ella será su escoba, y eso. Hoy María me contó que cambiaron las escobas de paja por aquellas metálicas que básicamente jalan la basura. Remover el polvo con la escoba tradicional era contraproducente. También se removía al bicho.

Uno de estos arriesgados soldados cayó este fin de semana. La empresa de Servicio de Limpieza del Callao confirmó la muerte de uno de sus trabajadores a causa del COVID-19 y expresó su pesar. “Que su sacrificio no sea en vano y que su ejemplo sirva para que hoy, más que nunca, los vecinos radicalicemos la cuarentena y respaldemos la reforma estructural que venimos operando en el servicio de limpieza pública”, decía el comunicado, que además pide aplausos de gratitud por el eterno descanso de “nuestro guerrero”.

“Nuestro guerrero” ha muerto y excepto por sus familiares, será recordado así. Como un soldado mas. Sin nombres ni apellidos. Como un soldado raso. Como un soldado desconocido.

Mientras tanto, María sigue danzando con su escoba de metal. Consiguió el trabajo en febrero, cuando nuestra realidad era otra. Cuando la vida era otra. Por ratos ya no está segura de que haberlo conseguido sea una bendición.

“Sí me da miedo, señorita. Pero necesito el dinero. Tengo tres hijos en casa, uno de 8, otro de 14 y uno de 17. Ellos me esperan. Cuando vuelvo debo limpiarme bien para no contagiarlos. Sacarme toda la ropa...”. María pasa uno de sus guantes naranja por su rostro. No llores, María. Eres uno de nuestros héroes. La mayoría no atreveríamos a estar ahí. Donde hoy tú estás. A pesar de que, por la cuarentena, debo mirarte desde arriba.

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