El cónsul peruano que se hizo pasar como periodista para buscar compatriotas entre los escombros de las Torres Gemelas

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Unas horas después, recuerda el diplomático ya retirado, estaban colapsadas las 16 líneas de la oficina consular. Cientos de compatriotas llamaban para reportar a familiares desaparecidos. Fue con esa información que él tomó una decisión que, para bien y para mal, lo perseguiría el resto de su vida: ir a la mismísima zona del desastre.

“Un periodista americano de origen peruano, muy amigo mío, me ayudó a entrar prestándome un carnet de prensa. Mi intención era buscar peruanos. Allí, al principio, solo había una gran neblina; yo me tapaba la boca con la corbata y así pude avanzar hasta ver en vivo la tragedia. Fue durísimo, traumático”, rememora. “Edificios derrumbados, pisos aglutinados uno encima del otro, fierros retorcidos, y bueno, también algunos cuerpos...”.

Un total de 130 peruanos estaban vinculados al hecho. Pacheco y su equipo los fueron hallando de esta forma: 50 eran compatriotas yuppies que trabajaban en Wall Street. “Supimos que 49 de ellos estaban bien gracias al apoyo de un representante del Banco de Crédito del Perú, que tenía una lista, seguro porque trabajaba en el sector. Eso nos tomó 24 horas. Al último de este grupo lo hallé tras recorrer hospitales una y otra vez. Le había caído un ladrillo en la cabeza y perdió la memoria por una semana y media”.

Quedaban, entonces, 80. “Un peruano era propietario de una empresa de limpieza y tenía su oficina en el sótano de la torre sur. Cuando el avión impactó en esta, les dijo a sus trabajadores: ‘Esto es un terremoto o un atentado. Todos se van corriendo ahora a sus casas. ¡No se les ocurra voltear en tres cuadras!’. Era peruano, pues: sabía de terremotos y atentados. De sus 200 empleados latinos, 50 eran compatriotas. Los salvó a todos. Él fue al día siguiente al Consulado a avisarnos”.

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El saldo descendió a 30. Pacheco se tardó en encontrarlos hasta tres meses. Veinticinco estaban vivos, pero lejos de lo ocurrido en Nueva York. Eran personas que no habían tenido contacto con sus parientes, quienes los creían perdidos. Los cinco últimos nombres, sin embargo, pertenecieron a quienes finalmente fueron declarados muertos.

“El caso más doloroso para mí fue el de Luis Revilla, un señor que pertenecía a la hermandad del Señor de los Milagros. Él estaba casado con una dama ecuatoriana de una entereza increíble. Por meses se mostró serena y estoica buscando a su esposo, pero cuando el nombre de este apareció en una lista, ella se desplomó… [Pacheco hace un pausa, se quiebra]. Después de entrar a la zona cero, ese fue el momento más duro para mí… Era demasiado doloroso ver tanta muerte junta. La crueldad y la insania no cabían en la cabeza, en el alma… Hubo que seguir. Los diplomáticos tenemos que estar preparados para todo, ser fríos y salir adelante. Y así fue”.//

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